La burguesía endiablada
Según el propio director mexicano abucheado en Cannes y mimado por el jurado con el premio al mejor director en 2012 debe tomarse a su película Post tenebras lux como una vasija que cada uno puede rellenar como quiera y sencillamente el contenido de esa vasija no es más ni menos que el cine de Carlos Reygadas desde Japón (2002) y su entrega al naturalismo y a lo salvaje, pasando por la contemplación de Luz silenciosa (2007) a la provocación e ironía de Batalla en el cielo (2005).
Todo está ahí en ese vacío, vinculado estrechamente con la decadente burguesía mexicana, que ha perdido hasta las ganas de hacer el amor y necesita de la experiencia swinger para recuperar el deseo o de la violencia nada contenida por la propia frustración.
Esos detonantes estallan de forma no orgánica y caprichosa en el universo organizado por el propio director bajo una impronta un tanto moral que castiga a los malos porque aquí no existen buenos y tal vez el diablo y su cola invisible tengan algo que ver en este estado de anomia y animalidad que supone Post tenebras lux (en referencia al versículo bíblico del libro de Job que reza Después de las tinieblas, espero la luz) donde hasta una canción de Neil young se estropea por la desafinada voz de quien la interpreta o un bolero duele mucho más que lo que puedan transmitir sus palabras al ser destrozado en otro segmento musical.
Los perros guardan un aspecto simbólico y son depositarios de la miseria humana para que Carlos Reygadas refleje la violencia en el más débil y trate de compensar su perversión e impunidad cinematográfica exhibiendo a sus hijos pequeños, Rut y Eleazar Reygadas, con la inocencia a cuestas, aunque eso no alcanza porque el daño ya está hecho.
Lo digresivo seguramente espante a un público no acostumbrado a este tipo de cine porque lo que alimenta la trama no son más que viñetas a las que busca extraerse una cuota de verdad o algún momento sublime que en este caso en particular brilla por su ausencia.
Distinto panorama es aquel que aporta la imagen cuando el director mexicano filma en la quietud de las palabras y deja que el movimiento de la penumbra o los colores que arremeten sutilmente en la imagen narren por sí solos un estado de ánimo, una emoción no contenida o la sencilla vinculación entre el hombre, la naturaleza y un todo metafísico donde bien y mal se unen en una partida de ajedrez eterna.
La muerte siempre presente y la vida como esa carga insoportable que trata de mitigarse ya sea a través del alcohol, de los vicios o la violencia sin sentido y contra un enemigo poderoso e invisible forman el tríptico que opera con sus propias leyes en esta nueva y perturbadora película del polémico realizador mexicano.