Preciosa

Crítica de Javier Luzi - CineramaPlus+

Precious muestra como, más allá de lo crítica que pueda resultar una historia de vida, siempre hay lugar para crecer y mejorar.

Vivir su vida

Cualquiera que haya visto el trailer podrá suponer que esta película es un festival de golpes bajos, un canto a la lágrima fácil, una de esas historias de vida que en la comparativa nos dicen que la nuestra es, definitivamente, un jardín de rosas. Y entonces se niegue a ver “una de llorar” porque para triste, la realidad. Y sería una pena.

Convengamos que la risa no está a la orden del día en la vida de Precious (una enorme actuación de la novata Gabourey Sidibe), adolescente obesa y cuasi analfabeta, violada por su padre, con una hija con síndrome de Down y un nuevo embarazo frutos de ese abuso incestuoso, violentada psicológica y físicamente por su madre, -que además la usa para cobrar un subsidio estatal-, la joven vegeta su vida transcurriendo los días. Viviendo en un Harlem donde la marginalidad y el abandono están a la vuelta de la esquina, al ser expulsada del colegio y enviada a un sistema de educación especial la joven experimentará en esa movida un cambio posible que será el germen para que su destino se tuerza.

A veces hay vidas que entran en una espiral descendente donde cada paso que se da es un escalón al infierno más temido y la muestra de que siempre se puede caer más abajo. Como en un culebrón de los peores la protagonista suma humillaciones, dolores y “castigos” que aunque el espectador sienta como imposibles de sobrellevar por una sola persona el filme de alguna manera consigue también volver verosímiles. Si en un comienzo ciertos toques estéticos videocliperos y algún poco feliz y nada sutil montaje (la escena de la violación es una desacertada elección formal) preanuncian un desagradable desfile de penurias, -donde la línea sutil que separa lo mostrable y lo mirable se diluye-, poco a poco la película retoma el carril del realismo, matizado con los toques fantasiosos de los sueños de Precious para escapar de la realidad, y esquiva los golpes bajos y el melodrama, -procurando un estilo seco y sin recurrir al ardid efectista de la música-, y se queda con el simple encadenamiento de las situaciones, se aferra a un elenco de lujo (dentro de un gran casting asombra la performance de Mariah Carey) y a esa impronta de diario personal que como tal deja todo expuesto en primera persona.

Sin juzgar a sus personajes (que no es lo mismo que decir que los personajes no se juzguen entre sí) siembra ambigüedades hasta en la propia humanidad de una madre que no supo cómo reaccionar ante lo inaudito y actuó, como mínimo, equivocadamente. La apabullante actuación de Mo’Nique en el rol de esa madre abusiva y cómplice en el mal hace que el dedo acusador se detenga y que uno comprenda que hacia ahí se encaminaba su hija de no haber encontrado una mano tendida en su camino. Y en el final uno crea fervientemente que es posible que las cosas se den así y no sea un simple querer tranquilizador.

Sólo con mucha fuerza interior se superan los escollos que nos parecen infranqueables, sólo cuando uno puede darse cuenta de que se comienza con estar en los lugares, con ser parte de la vida que se vive, con hacer algo con eso que hicieron de nosotros, con soltar el destino prefijado y permitir lo bueno (el otro que se acerca más allá del “por qué a mi”). Sólo asumiendo que el reflejo en el espejo debe ser el nuestro y no el de los mandatos sociales y paternos uno se comienza a ver. Y puede que la vida no se cure ni se arregle ni milagrosamente se evaporen los males, pero uno se lanza a vivir lo elegido. Y eso, -elegir la vida-, es más de lo que muchos hacemos.