Presencia, no muy siniestra
Presencia siniestra (Shut In, 2016) es una película de terror del más bajo orden, hecha a base de sonidos molestos, imágenes trilladas y diálogo del nivel de “Debo estar volviéndome loca” y “¡No existen tal cosa como los fantasmas!”. Lo que es peor, el film humilla a una actriz de la estirpe de Naomi Watts con un papel que en el mejor de los casos debería ir a alguien con la mitad de su talento o reconocimiento.
¿Qué vio en el guión de Christina Hodson? ¿Se dejó llevar por el hecho de que formaba parte - de alguna forma - de la Blacklist del 2013 (un listado de “guiones favoritos” sin producir)? ¿Le dio nostalgia de regresar al género años luego de recibirse con La llamada (The Ring, 2002)? ¿Vio en el personaje de la psicóloga infantil más estúpida e incompetente del mundo otra chance al Oscar y el Golden Globe?
Watts interpreta a la Dra. Mary Portman, que enviuda al principio de la película y queda a cargo de su hijastro, que lleva varios meses comatoso y sin dar señales de lucidez. Comparten una casa perdida en un bosque nevado, siempre una locación propicia, pero la cuestión del aislamiento está ineptamente trabajada. El guión la inunda de todo tipo de resquicios y momentos simpáticos que constantemente causan distensión. Atiende a sus pacientes en el consultorio de al lado. Sale a pasear con su secretaria. Tiene una trama romántica con otro padre soltero. Casi siempre es de día y está en compañía.
La atmósfera está tan mal construida que cuando llegan los “sustos” quedan en evidencia, aunque cuesta imaginar un marco en el cual funcionarían. El intruso que resulta ser un animal. El ruido súbito y totalmente gratuito. Se abusa tanto del “susto que en realidad era un sueño” que llega un punto en que la película se cansa de mostrar a Portman despertando y simplemente corta a la mañana siguiente en vez de concluir la escena.
Algún tipo de presencia vaga y hostil acosa a Watts, que se entrevista con su psicólogo por Skype (Oliver Platt) para recibir soporte moral y el susodicho memo sobre fantasmas. En un momento de urgencia le indica qué estrategia mental debe emplear para desarmar a un intruso y el efecto es tan risible que podría haberle dicho “Usa la fuerza”, tan básica e ilusa es la comprensión psicológica de la película. Pobre Watts termina en la categoría de aquellos actores inmensamente dotados que “hacen lo que pueden” con el guión.
La cuestión es que ella está convencida de que está siendo atormentada por el espíritu de su último paciente (Jacob Tremblay), que se perdió en el bosque tras una última (fallida) sesión. A la par empieza a tener fantasías sobre matar a su hijo, o lo que queda de él. La ley de la economía cinematográfica nos enseña que de alguna forma hijo y paciente están conectados y que Watts va a terminar salvando a uno a expensas del otro. Aún entonces el film logra arruinar un sencillo arco redentor con un giro sorpresa tan insultante que el film entero parece una broma dirigida a quien lo vea.