En uno de los afiches de promoción de Presencia siniestra, ópera prima de Farren Blackburn, Naomi Watts reposa en una bañera mientras en el fondo se ve la silueta de un hombre formada en el vapor. La imagen amenazante es prometedora. Y si a esto le sumamos los nombres del pequeño actor Jacob Tremblay (a quien vimos lucirse este año en La habitación) y del joven Charlie Heaton (uno de los protagonistas de la aclamada serie Stranger Things), las expectativas aumentan.
Sin embargo, en Presencia siniestra todo está mal. El filme no tiene tacto para el suspenso ni la mínima capacidad para construir la verosimilitud del drama que aborda. El paisaje nevado es sólo decorativo, nunca un elemento que refuerce la atmósfera de terror que pretende tener. La luz tenue, casi a oscuras, tampoco logra transmitir la angustia y la desesperación de su protagonista principal.
Mary Portman es una psicóloga para niños que queda viuda. El marido y el hijo adoptivo tienen un accidente terrible, en el que el mayor muere y el joven queda parapléjico. Mary pasa sus días entre su trabajo y el cuidado del adolescente inválido.
Un día llega a su vida un niño retraído llamado Tom, personaje que en un comienzo parece traer la clave del filme, pero que después se desvanece como hielo al sol, hasta el punto que no se sabe muy bien cuál es la función que cumple en la trama.