Presencia siniestra: una de terror que desbarranca
Presencia siniestra empieza como un thriller psicológico, filmado con elegancia, con una locación de ensueño digna de una comedia romántica de Nancy Meyers y buenas actuaciones. No tiene nada muy original y abusa de los sobresaltos generados por efectos de sonido sorpresivos y del clásico "menos mal que sólo era un sueño". De todas maneras, hasta cierto punto resulta entretenida esta historia de una psicóloga infantil viuda, interpretada por la siempre impecable Naomi Watts , quien vive en una casa aislada en Maine con su hijo (Charlie Heaton), que quedó cuadripléjico por un accidente, y se ve perturbada por la desaparición de uno de sus pacientes (Jacob Trembley).
En el comienzo se plantea un juego con el misterio del germen del terror, es decir, si lo que le sucede a la protagonista es la consecuencia lógica del trauma de una madre angustiada o si de verdad hay un fantasma que la está acechando; algo que tan bien funcionó en The Babadook y en otras películas del género, pero acá no lo logra. La posibilidad de un entretenimiento no demasiado inteligente pero aceptable se derrumba cuando el guión da un volantazo que lo lleva al terreno del ridículo. Para ese entonces ya es demasiado tarde para que la película se convierta en un producto de consumo irónico con el que reírse abiertamente, se hace difícil seguir la historia y se añora esa primera parte que lograba mantener la atención y ofrecía el plus de admirar los divinos sweaters que luce Naomi.