Tiros, explosiones y rutina
El indestructible Mike Banning (Gerard Butler) continúa con su fatigosa saga de milagros. Después de salvar al presidente de los Estados Unidos de un ataque terrorista norcoreano en Ataque a la Casa Blanca (2013) y de fanáticos islamistas y traficantes de armas afganos en Londres bajo fuego (2016) -una continuación aun más débil que su predecesora, que no era pecisamente un dechado de virtudes-, el tenaz agente del servicio secreto debe lidiar ahora con enemigos rusos y, para colmo, sortear una trampa incluso más difícil: la de una acusación falsa que pone su prestigio y su credibilidad en jaque.
Además de velar por la vida del primer mandatario que Morgan Freeman vuelve a encarnar con espíritu rutinario, Banning tiene que salvar su buen nombre y proteger a su familia, dos objetivos que el guión propone para humanizar a un personaje nacido básicamente para hacer malabares entre explosión y explosión.
Es notable que en este tipo de películas esté naturalizado que el buen armado de una historia no importa demasiado, como si filmar una trama donde manda la acción implicara necesariamente entregarse a la pereza y las soluciones más convencionales.
El drama íntimo era una buena oportunidad para sortear esos problemas, pero queda sepultado por una irreflexiva catarata de violencia espectacularizada que pretende disimular la falta de ideas.