"Presidente bajo fuego": el enemigo interno
La película es heredera de aquellas películas de acción de los 80, aunque sus imágenes disten mucho de la magia cinematográfica de un Duro de matar.
La saga de acción más grasienta del Hollywood contemporáneo (con la excepción de los rápidos y furiosos de ocasión) está de regreso. Luego de Ataque a la Casa Blanca y Londres bajo fuego, el guardia de seguridad presidencial y experto en tiros, piñas y puñaladas Mike Banning (el escocés Gerard Butler) vuelve a meterse en problemas. Tanto o más graves que en las otras entregas: en esta ocasión, el presidente de los Estados Unidos se mantiene en grave riesgo de muerte y el principal sospechoso de haber atentado contra su vida no es otro que él mismo. Desde luego, Mike es más leal que Lassie y más patriota que George Washington, por lo que la situación es realmente el resultado de una sofisticada trampa diseñada para desviar la atención y cargarle toda la culpa al pobre muchacho y al gobierno ruso, de manera de poder llevar a cabo lo que siempre se ha hecho y el nuevo Mr. President quiere evitar: la guerra y, con ella, suculentos contratos en armamento. El presi ya no es Aaron Eckhart sino Morgan Freeman, en cuyo rostro sereno y confiable parecen esculpirse los rasgos del hombre de estado ideal.
La primera secuencia de acción anticipa las (casi) únicas bondades de Angel Has Fallen (el título original sigue la línea de las “caídas” de los films anteriores). Esto es, el nervio y la brutalidad de las escenas donde los diálogos brillan por su ausencia y lo que se pone de relieve son las explosiones, caídas, tiroteos y peleas mano a mano. Antes de ponerse detrás de las cámaras, el realizador Ric Roman Waugh (Snitch) hizo del oficio del doble de riesgo su profesión central y es evidente que aquí el énfasis no está puesto en la progresión dramática del relato o los recovecos de la psicología de los personajes como en aquellos momentos donde la acción física es ama y señora. Al fin y al cabo, Presidente bajo fuego es heredera de aquellas viejas y queridas películas de acción de los años 80, aunque sus imágenes y sonidos disten mucho de la magia cinematográfica de un Duro de matar.
Así dadas las cosas, el ataque al presidente Freeman durante una sesión de pesca, con una bandada de drones explosivos, anticipa las persecuciones en auto y en camión, el avance militarizado sobre una cabaña perdida en el bosque y el sitio a un hospital en plena ciudad, set pieces de acción pura y dura que van marcando las dos horas de proyección de manera casi matemática. A diferencia de los dos films previos, donde un grupo terrorista norcoreano y otro “islámico” intentaban cargarse al líder del gran país del norte, aquí el enemigo es interno, lo cual hace mucho más difícil conocer su verdadero rostro. Será la tarea de Banning descubrirlo y ponerlo en evidencia, al tiempo que huye, como El fugitivo décadas atrás, de quienes deberían ser sus aliados. En el camino, la pantalla se llena de fuego y sangre, como corresponde a una película que nunca pretende ser más de lo que es. Nick Nolte ofrece una tardía aparición como el padre del héroe y su aspecto desaliñado eleva al linyera de Un loco suelto en Beverly Hills como un modelo de elegancia. Y Freeman… bueno, Freeman siempre cumple y dignifica, sea presidente o no.