Hueca ambición
En su nota en MDPHoy, donde brinda un anticipo de las tramas y chances de los estrenos –es decir, qué se puede esperar de ellos-, el colega Mex Faliero decía con respecto a Priest: el vengador que podía ser divertida según la seriedad con que se tomaran la historia los realizadores. “Si se la toman muy en serio, estamos fritos”, sostenía, con total razón. Bueno, malas noticias, queridos lectores: con este filme, nos fritaron, nos hicieron a la plancha, nos hirvieron y hornearon, y en todos los casos, la cocción se pasó de lo adecuado.
Priest: el vengador recuerda a otros casos de adaptaciones de novelas gráficas como Dragon Ball o Judge Dredd, en el sentido de que se puede intuir fácilmente que hubo una gran historia en el material original, con muchos personajes de diversa complejidad y cuestiones temáticas, culturales y hasta filosóficas de diversa índole. Pero claro, cuando Hollywood entró en el camino, todo se comprimió en el peor de los sentidos, quedando sólo personajes chatos e historias que suenan, se sienten y se ven viejas.
Aquí se presenta una especie de sociedad distópica en la que la guerra sin cuartel entre la humanidad y los vampiros ha llevado a que la Iglesia adquiera un enorme poder, que se asienta principalmente en un grupo de cazadores de chupasangres llamados Sacerdotes, que supieron terminar aparentemente con la guerra a partir de sus habilidades de lucha. Sin embargo, uno de ellos, encarnado por Paul Bettany, al enterarse de que su hija ha sido secuestrada, decide ir en contra de las autoridades religiosas y, casi sin querer, se interpondrá en un plan de los vampiros para resurgir de sus cenizas e invadir las ciudades donde tan tranquilos se sienten los humanos.
La trama brindaba dos posibilidades: o daba para un tono aventurero, desatado, humorístico, explotando el absurdo; o siguiendo al pie de la letra las nociones épicas y la ambición de la novela gráfica de Min-Woo Hyung. Pero Scott Charles Stewart no hace ninguna de las dos cosas, con lo cual no consigue repetir las virtudes de su anterior filme, Legión de ángeles (un humor bastante negro, autoconciencia del género de terror religioso, personajes secos pero bien representativos, en especial en la primera mitad), pero sí todos sus defectos (moralina religiosa, diálogos sentenciosos que en verdad están vacíos de contenido, resoluciones apresuradas). No hay ni seriedad para encarar y adaptar la obra original al formato cinematográfico, pero tampoco humor. De hecho, la película se pasa de pretenciosa: todo es ceremonioso, trascendental y, a lo sumo, hay tres líneas de diálogo que apuestan a la complicidad cómica con el espectador.
Sumémosle a eso severos problemas de montaje vinculados a las decisiones narrativas: Priest es uno de los pocos filmes de la última década cuya mayor dificultad con el metraje es la falta de tiempo. La cinta tiene menos de ochenta minutos y queda demasiado patente que la intención de dejar las puertas abiertas a una continuación terminaron conspirando contra el resultado final. Hay, por ejemplo, una escena entre el personaje de Bettany y su compañero –interpretada por Maggie Q-, que busca tener un alto peso dramático, pero donde definitivamente no se entiende de qué demonios están hablando.
Esa secuencia funciona como resumen de Priest: el vengador. Confuso, estéril, sin garra, seriote y creído de sí mismo, podemos estar seguros de que irritará soberanamente a los fanáticos de la novela gráfica. El resto, nos aburriremos y volveremos a preguntarnos por la extraña habilidad que tiene cierto sector de la industria cinematográfica estadounidense para hacer filmes muy pero muy malos.