El cine de Santiago Giralt va por ahí fundando familias y desparramándolas en torno al cine y el teatro. Primavera es su película más ambiciosa: el director inventa un caleidoscopio narrativo que incluye un casamiento, un estreno y un nacimiento inminente. Alrededor de esos eventos-guía se arraciman una multitud de personajes en busca de amor y éxito: un dramaturgo que se pasea en pijama, una diva en plan de estrella, una productora dura pero generosa y una madre nuevamente embarazada, entre muchos otros, interpretados por gente tan improbable como Moria Casán, Nahuel Mutti o Luisa Kuliok. Todo podría haber sido una sátira un poco malvada sobre el mundo del espectáculo, pero con esos materiales Giralt consigue una fábula kitch, casi un cuento de hadas en falsete. Los largos y elaborados planos secuencia disimulan su propio virtuosismo y dejan ver un cariño enorme por los personajes. Todos no paran de hablar y de moverse, aunque no siempre sepan qué decir o a dónde ir: ni la cámara ni los actores saben estarse quietos. La teatralidad y el exceso se ostentan hasta neutralizar cualquier posible burla, y así la película adquiere un tono maravillado que replica el de su narrador, un chico de doce años que recita poesía y que asiste encantado a una singular crianza comunitaria.