Todo padre desea que la escuela tenga un ámbito propicio para el aprendizaje de su hijo. No solo les importa que adquieran conocimientos, sino también valores.
El documental pone bajo la lupa la experiencia de tres madres que, en diferentes países, envían a sus hijos al primer grado de la educación primaria. El trío está compuesto por la directora, Mariana Lifschitz, quien vive en Argentina, Agustina Lagomarsino y Caroline Behague, quienes viven en Finlandia y Francia, respectivamente. Entre ellas se van desarrollando interrogantes sobre la interacción que tienen con sus hijos, la enseñanza que se les da a ellos en las instituciones educativas y cómo éstas desarrollan sus actividades diarias. Aparte, la realizadora recorre escuelas públicas y privadas, en la Ciudad y la provincia de Buenos Aires, preguntándoles a los padres sobre las decisiones que toman a la hora de elegir un colegio, y a docentes y directivos sobre la realidad que atraviesan las instituciones.
El eje principal que da sentido a “Primer grado en tres países” son las charlas que mantienen las tres madres, primero mediante Skype y, posteriormente, cara a cara. Lo interesante de estas conversaciones, sostenidas a lo largo de la película, son las dudas que tienen sobre el sistema educativo del país en el que residen. Muchas veces, cuando dan afirmaciones sin seguridad o dicen no saber de lo que hablan, se puede advertir que tienden a incurrir en la famosa opinología que pulula por la televisión argentina. Sin embargo, esa incertidumbre nos adentra en la experiencia que busca Lifschitz, no la de averiguar respuestas cuantitativas, datos duros, sobre la educación, sino la de encontrar una resolución sobre cómo encauzar el futuro de sus hijos con más seguridad que con miedos.
Uno de los puntos fuertes del documental es el amplio contraste de la cotidianeidad de los chicos en la escuela y su vida social: Después de que Lagomarsino explica que en los colegios finlandeses se les pide a los padres que enseñen a sus hijos a vestirse, ya que tardarían mucho a la hora de salir, la siguiente secuencia nos muestra cómo Lifschitz trata de levantar y vestir a su hijo que está completamente dormido. Sin querer confrontar las diferentes realidades, estos pasajes refuerzan la intención de la directora para mostrar cómo la educación afecta, directa o indirectamente, la vida familiar.
Otro punto álgido a destacar es lo opuestas que son a nivel institucional las escuelas privadas y públicas en la Argentina: Mientras que en la entrevista a un cuerpo de directivos y docentes de un colegio pago de Colegiales se hace una venta descarada de lo que ofrece, dando a entender su exclusividad, una directora de una escuela estatal de Barracas señala que ésta está abierta, y brinda oportunidades, para todos.
En “Primer grado en tres países” no vamos a encontrar respuestas salomónicas sobre cómo mejorar el sistema educativo, pero sí la calidez humana que proviene de la familia y la escuela.