Hay ausencias que resuenan en Primero Enero (2016) como estas sillas sin ocupar o estos marcos sin puerta. Así, entre silencios, se va enhebrando una despedida con los sitios de la infancia a través de una lista de rituales sencillos.
Podría decirse que el filme de Mascambroni tiene una trama demasiado sencilla: el viaje de despedida a la casa de veraneo del padre. Sólo que, en este caso, la sencillez enriquece la capacidad evocadora de las imágenes. Y cuando hablo de imágenes, es en el sentido audiovisual en conjunto, no sólo de la fotografía de Nadir Medina. Basta recordar el canto al árbol al que le cantan padre e hijo luego de haberlo trasplantado recientemente; canto que permanece mientras el padre tala otro “viejo aburrido” en la escena posterior. Este sencillo gesto hace que resuene la infancia como un cúmulo formativo donde huimos del dolor porque ya sospechamos su fuerza demoledora. O esa misma intuición de Valentino de hablar con los árboles mientras ellos rumorean un canto desde sus copas que se tambalean con parsimonia.
Ahora, la fuerza de la película está en la escena de la cima de la montaña. Porque con este plano de la silueta pequeña de ellos dos, padre e hijo, ante el cielo con pinceladas de nubes, está sugerida la llegada de ellos a otra etapa de sus vidas. Hablan de la venta de la casa, de la posibilidad del padre de vivir cerca del colegio donde estudia Valentino, mientras el cielo parece inamovible. Pareciera que lo único que cambia son las voces de ellos con su acento cordobés, pero la luz también va cambiando sutilmente. En esta levedad, entendemos que estamos ante una etapa otra que será dolorosa, sólo que ninguno de los personajes se amilana con el dolor, como si el meollo de la vida estuviera en bordearlo. Como si con esta lista de cosas por hacer no hubiera que sufrir más de la cuenta por lo que queda atrás.
Hay otros detalles que casi pasan desapercibidos, pero no, están ahí visibles. El primero es la conversación sobre Odiseo. Inicialmente es una referencia sobre la película Troya (2004), que padre e hijo parecen haber visto juntos. Pero mientras más habla el padre sobre Odiseo, mejor entendemos que también está aludiendo a la Odisea en sí y el pasaje sobre las sirenas. Este aviso breve entre padre e hijo le brinda a la ‘amiguita’ de Valentino un dejo de sirena a fuerza de no poder ser Penélope.
El segundo detalle es la música. Con una presencia muy acotada, la composición de Jorge Nazar y Gerónimo Piazza nos va recordando esas pinceladas de nubes. Las pocas notas sugieren tormentas posteriores o descubrimientos brevísimos.
No hay actuaciones memorables, pero decir esto implica no entender que sí son actuaciones que nos compensan en el recorrido por la infancia de ambos personajes. Basta con lo que nos es sugerido con pinceladas breves.
La película participará en la Competencia Internacional del Festival de Cine de Friburgo en Suiza a partir de este 1º de abril.