La ópera prima de Darío Mascambroni, Primero Enero, es una apuesta sencilla por un cine minimalista que se destaca por la profundidad de sus emociones y la logada anti química entre sus dos personajes.
Quiere la casualidad que esta semana se estrenen dos películas argentinas independientes, de estructura pequeña con un escenario como protagonista, y con dos personajes centrales y (casi) únicos. Pero El cruce de La Pampa y Primero Enero son films bien diferentes. Más allá de centrarse uno en dos hombres adultos y la otra, la que nos compete, en un padre y su hijo pequeño; los tonos (histriónicos y coloridos en El cruce…) y la estructura de diálogos (El Cruce… es teatro) las diferencian profundamente. Sin embargo, ambas conducen a un camino similar, la búsqueda de un destino común entre dos personas diferentes que deben congeniar a la fuerza.
Jorge está en proceso de divorcio, decide tomarse unas vacaciones con su hijo en la casa que tienen en las Sierras cordobesas. Esas vacaciones no son una más, guardan otro significado. Jorge sabe que ya nada volverá a ser lo mismo, e intenta repara un vínculo que parece roto de ante mano, y lo hace en una vivienda que también desaparecerá luego de ese divorcio.
Mascambroni decide posar la mirada sobre el pequeño; el padre hará todo lo posible para reconectarse y plantear actividades conjuntas, pero él decide apartarse, hacer su propio camino y no permitir el diálogo fluido, extraña a su madre.
Los vínculos entre padres e hijos han sido y son moneda corriente para el cine independiente nacional; sin ir más lejos, a semana pasada se estrenaba El silencio, que guarda más de un punto en común con este film, pero desde una mirada adolescente.
Lo que destaca a Primero Enero, ganadora de la competencia argentina del BAFICI XVIII, es el juego de metáforas intrínsecas en este planteo de diálogos quebrados y suaves rispideces.
En Primero Enero escasean los diálogos, abundan los gestos, las miradas y las actitudes. Se podrán hacer diferentes lecturas, interpretaciones de esa relación que inevitablemente sufrirá un quiebre.
El ritmo es pausado, casi como si en esa casa de vacaciones todo se detuviese para luego seguir de un modo diferente.
Ese vínculo de padre e hijo es interpretado por Jorge y Valentino Rossi, la cercanía real juega a favor, creando una química que funciona de modo contrario, hay algo molesto pero que los acerca y hace que se entiendan.
Mascambroni optó por posar la mirada sobre el pequeño, la cámara lo seguirá a él, y por momentos el padre pareciera jugar una función en cuanto a ese hijo. Pero también, por momentos, será expuesto a actitudes algo dudosas para su edad.
Con luces y sombras, Primero Enero es una propuesta intimista típica de nuestro cine independiente de autor, eso que algunos llaman festivalero, una movida que viene gestándose en Córdoba hace ya algunos años. No será una propuesta para todos, impacientes abstenerse; quienes quieran observar un cine con la sensibilidad a flor de piel saldrán más satisfechos.