Todo por un sueño (americano).
Existe una disociación evidente entre los realizadores contemporáneos que definieron una postura heroica del proletariado norteamericano y la cordura desbordada del citadino oprimido que retrataron los setentas. El escenario siempre fue el de una comunidad intoxicada por el deterioro económico, los flujos inmigratorios y la rabia social, todos ingredientes inflacionarios que condimentaron un ambiente caldeado. En Primicia Mortal hay una intención perversa por revertir la versión honesta de la clase obrera mediante el asenso independiente de un oportunista freelance.
El espectador asiste a la metamorfosis gradual de Louis Bloom (un Jake Gyllenhaal de físico escuálido y rostro depravado), una lacra desocupada que busca sacar ventaja de cualquier acto criminal para sobrevivir. Deambulando por los suburbios tropicales de Los Ángeles, descubre el oficio del cazador de noticias y el rédito que puede sacar por documentar accidentes viales, delitos o tragedias fatales. Siendo un paria autodidacta con devoción para triunfar, Louis planifica cómo hacer del morbo un emprendimiento acudiendo a Nina Romina (Renne Russo, bañada en maquillaje), una directora de programación televisiva sedienta de amarillismo que contrata a Lou como su proveedor de imágenes escabrosas para el noticiero matutino.
En su apertura como director, Dan Gilroy, que también se carga el guión, contrasta la narrativa entre los pasajes diurnos que delatan una intimidad bipolar del protagonista y las rondas nocturnas con panorámicas desérticas de una metrópolis salvaje para darle cierto pulso vertiginoso. Primicia Mortal es un thriller minimalista (poco presupuesto, puesta en escena austera, una trama acotada) que fluye con agilidad gracias a la dinámica de las escenas y los diálogos absurdos respecto al negocio del espectáculo y su incentivo por lucrar con la desgracia. Pero lo rico está en la tensión penetrante por parte de Gyllenhaal y sus muecas psicóticas, dándole un volumen inquietante a la ambición hipnótica de Louis, en especial cuando flagela verbalmente a su asistente y manipula con hostigamiento a Nina.
Gilroy hace una lectura aguda de la ética de trabajo corporativa y apunta a los medios de comunicación como canalizadores del cáncer urbano para desentrañar una cocina macabra por parte de los imperios periodísticos, burlándose del filtro xenófobo, la moral degradada y el discurso frívolo. Desmantela sus artificios (los mismos que generan el impacto dramático que transmite terror a los hogares) en manos de un antihéroe contaminado. Gyllenhaal (que brinda otra personificación demoledora mientras suma otro espécimen a su galería de freaks) se pone en la piel de un individuo carcomido por la inmundicia social que lo vació de escrúpulos. Todo un símbolo de que a la larga, la voracidad capitalista puede engendrar este tipo de monstruos.