ADN para todos
El viejo Ridley se puso pretencioso. Mucho es lo que quiere abarcar en un filme de ciencia ficción con una módica cuota de suspenso. Lejos está de la notable “Alien, el Octavo Pasajero”, de la cual esta que nos ocupa es su indudable precuela.
La escena inicial nos presenta a un humanoide que se inmola por lo que sería, aparentemente, un bien superior. Inmediatamente después Scott nos lleva hacia el futuro, donde una pareja de arqueólogos, Charlie y Elizabeth, hacen un descubrimiento fundamental y decisivo para la humanidad. Esto los pondrá como parte privilegiada de la tripulación de una nave en la que viajarán hacia un planeta distante, todo financiado por un anciano filántropo que busca hallar el origen del hombre. Nada más, nada menos.
A partir de ahí empiezan los problemas en el guión. Scott se mete en un lío cuando intenta mezclar religión con ciencia y teorías teológicas inabarcables para un ser que solo hace buenas películas de ciencia ficción. Porque “Prometeo” se pone buena cuando se despliegan los efectos especiales, los bichos basados en la imaginería de H.R. Giger cobran protagonismo y toda la producción se pone al servicio de la acción. El resto, pura charlatanería barata.
Lejos de aportar certezas el filme dispara más de una pregunta, las que acabarán siendo dudas. Lo que puede ser presentado como algo abierto hacia el público para que este saque sus conclusiones, bien puede también ser considerado como caprichoso. El personaje de Michael Fassbender es un buen ejemplo en ese sentido. Por momentos escapa a la lógica de su propia historia, demasiadas licencias para un androide como el que interpreta. Porque no sólo los humanos se preguntan por su origen, aparentemente los robots también. David es un cyborg fabricado por la empresa que financia la aventura. Es de todo menos un "humilde servidor". En su mirada, y sus acciones, se nota una soberbia que no se preocupa por esconder. Al fin y al cabo tiene razón: es el más brillante de todos, el que maneja los idiomas antiguos, puede hacer andar máquinas milenarias; y su frustración, si es que un robot puede sufrirla, es depender de un humano que lo programe.
La sueca Noomi Rapace, a quien vimos en la saga original de “Millenium” y en “Sherlock Holmes 2”, es la que se lleva los aplausos por su interpetación a puro nervio de Elizabeth, mujer que motorizada por sus propios temores se anima a lo impensado. Charlize Theron aporta su gelidez tan característica, pero precisa, en un rol más humano que el de su despiadada bruja en “Blanca Nieves y el Cazador”.
En el final, todo queda servido para que -éxito de taquilla mediante- esta aventura continúe, seguramente queda algo de ADN para mezclar.