El padre de todos los relatos
Ridley Scott regresa con una fábula futurista sobre el origen de la humanidad, precuela de la recordada película "Alien, el octavo pasajero".
El maestro Ridley Scott no se priva de nada en Prometeo, la precuela de Alien, el octavo pasajero. El procedimiento refiere a una estrategia de mercado, ya que esta nueva película de ciencia-ficción instala, aunque trabajosamente por la cantidad de información que el montaje estructura, sus propias reglas de juego. La hipótesis científica con respecto al origen de la humanidad parte de la recurrencia de los dibujos de una galaxia recreada en distintos lugares y épocas por civilizaciones antiguas. En 2089, la doctora Elizabeth Shaw sigue la intuición y comienza la búsqueda a bordo de la nave Prometeo. El guionista Damon Lindelof (Lost) debe de haber disfrutado la suma de significados posibles al abrir cada ventana en el relato.
La actriz sueca Noomi Rapace que deslumbró en la trilogía Millenium es la heroína que lidia con el contrapeso visual y actoral de Charlize Theron, representante, entre otras cosas, de la corporación que paga el viaje. A bordo saca sus propias conclusiones David, el androide interpretado por Michael Fassbender, personaje que remite a Blade Runner.
El diseño de la película en general, y la sofisticación motriz de los alienígenas creados por H.R. Giger; la fotografía en distintas escalas, el maquillaje y los chiches letales hacen de Prometeo una película atiborrada de estímulos. En el camino del ADN, concepto e imagen que Scott sostiene, la tripulación se enfrenta con el silencio equívoco del cosmos habitado.
Los seguidores de Alien volverán a encontrar superficies raras y viscosas, fluidos mortíferos, tormentas y peleas fenomenales, alienígenas con metros de tentáculos inteligentes; cuerpos incinerados o desfigurados.
Como aquella sorpresa que Scott firmó en 1979 ya no es la misma, la película vira hacia el discurso filosófico, con el juego de ideas y creencias entrelazadas en un amasijo que une lo heroico y lo monstruoso. Scott propone una fábula de la creación muy lejos del amor. Ha sido, quizás, sólo cuestión de poder irradiado desde algún agujero del universo. "Decido creer" dice Elizabeth que, como dice un personaje, 'desecha tres siglos de darwinismo'. De todos modos, la mujer se aferra a una cruz que le regaló su padre.
El director, con una estética lujosa (amplificada en 3D), propone un relato de matriz masculina, deudor de la historia de las ideas de Occidente. En ese camino misterioso pretende más de lo que logra, como la doctora Elizabeth.