Gracias por el fuego
Ridley Scott supo ser el creador de dos de las más influyentes películas de ciencia-ficción de todos los tiempos, Alien (1979) y Blade Runner (1982). Irónicamente, o no tanto, el director prestigioso fue mutando hasta convertirse en un replicante, y en casi toda su obra posterior alternó cierto vuelo visual y talento para la puesta en escena con grandilocuencia y predilección por ideas gastadas.
Prometeo condensa toda la carrera de Scott en un solo trabajo (que sin duda dará inicio a una nueva saga). Todo lo bueno y lo no tanto.
Esta nueva/vieja película adhiere a la casi siempre detestable moda de las precuelas, pero de una manera saludablemente lateral que revisita el universo creado en la primera entrega pero no abusa nunca de ello, genera nuevas (grandes) preguntas y, afortunadamente, no puede responderlas. Se permite algunos diálogos ingeniosos y desarrolla a sus personajes principales (no así a los secundarios). Y con todo esto le alcanza para desmarcarse del cine anabólico que supimos conseguir.
Los dos protagonistas, Michael Fassbender y Noami Rapace, si bien se están transformado en figuritas repetidas, cumplen a la perfección con sus papeles.
Una mención aparte merece la escena de la “césarea” que retoma la entrañable (literalmente) y antológica escena de la mesa de operaciones de la primera para crear otro momento inolvidable. Scott redobla la apuesta con una mágnifica edición y, claro, un estilo visceral. Seguramente lo mejor de la película.
Habría que ver si en otro de los denominados “tanques de Hollywood” existe semejante alegato a favor del aborto.