Las primeras tres películas de Ridley Scott merecen figurar en la historia grande del cine. Especialmente Alien y Blade Runner mostraban una preocupación metafísica y un rigor en la puesta en escena notables. Después algo pasó y sus buenas películas carecen de ese peso que las fija en la memoria. Prometeo se promociona como una “precuela” de Alien y lo es, dado que narra el primer viaje a aquel planeta mortal y el origen de aquellos monstruos. Pero es también y a su modo una precuela de Blade Runner, dado que el film gira alrededor de David, un androide, el personaje interpretado por Michael Fassbender, que vive preguntándose cosas sobre el mundo y lo somete a prueba de un modo al mismo tiempo inocente y cruel. La historia es la del encuentro entre la Humanidad y sus creadores en un lugar remoto, y de la indiferencia o directo odio de los creadores por sus criaturas. Es raro, pero su virtud y su defecto son el mismo: tomarse su tiempo para mostrar el mundo que nos presenta e introducirnos paso a paso en los problemas que plantea. Hay terror y hay horror fisiológico, pero estalla en algunos momentos puntuales -una mujer que se realiza una operación a sí misma, joya del espanto visceral- para otorgarle mucho más peso a las dudas de los personajes. Hay además, cierto humor y alusiones sexuales, aunque todo gira, constantemente, alrededor de la duda metafísica sobre el origen y el sentido de la vida, ni más ni menos. Un film paradójico: espectacular a escala humana.