Se ven los esfuerzos de Scott que nunca consigue construir climas suficientemente opresivos y/o fascinantes, quedándose en el artificio visual y sonoro.
Tres figuras son claves en Prometeo, esta precuela-spinoff de la saga Alien, que generaban una cierta expectativa.
La primera es Ridley Scott, quien entre fines de los setenta y principios de los ochenta entregó tres grandes filmes, prácticamente obras maestras: Los duelistas, Alien-el octavo pasajero y Blade runner. Era películas donde exhibía una gran destreza visual combinada con economía de recursos, más una asombrosa habilidad narrativa. Después a Scott se le acabó la nafta, quedando apenas como un cineasta de superficies: muchos de sus filmes presentaban una gran ambición (Gladiador, Thelma y Louise, Robin Hood, Cruzadas), aunque al final terminaban siendo un conjunto de obviedades. A otros, como Hannibal, Los tramposos y Un gran año, se los nota hechos a desgano y por pura rutina. A tal punto decayó su nivel, que hasta su hermano, ese señor orgullosamente grasa llamado Tony Scott, terminó siendo mucho más interesante en sus diversas propuestas. En este retorno a las fuentes que es Prometeo, Ridley analiza los orígenes de la humanidad, su cine y un subgénero dentro del ámbito del terror y la ciencia ficción.
La segunda figura es Damon Lindelof, co-guionista del filme, quien saltó a la consideración como co-creador de Lost, una serie que supo hacer de la arbitrariedad y lo inverosímil virtudes. Al igual que en ese hito televisivo de la última década, Lindelof busca tomar elementos ya vistos y fusionarlos en un universo propio, original y reconocible a la vez, con personajes básicos pero también atractivos, y una historia que abra varias puertas.
La tercera figura es Noomi Rapace, quien interpreta a la protagonista, Elizabeth Shaw, una arqueóloga que, junto a su pareja, descubren una sucesión de pinturas rupestres que indican un camino hacia otro planeta que podría estar habitado por seres que posiblemente crearon a los seres humanos. Su personaje viene a reemplazar (o más bien a actualizar) a la heroína Ripley, esa mujer fuerte y decidida, capaz de erigirse en salvadora. Los antecedentes de Rapace, habiendo encarnado a Lisbeth Salander en la saga Millennium, la convertían en una candidata casi ideal para el papel.
Todo lo dicho anteriormente sobre las chances que tenía Prometeo se queda en meros presupuestos. Scott tiene mucho para decir sobre nuestros orígenes, se ven sus esfuerzos, pero nunca consigue construir climas suficientemente opresivos y/o fascinantes, quedándose en el artificio visual y sonoro, y sólo una escena (una cesárea realizada por una máquina) es realmente escalofriante. Lindelof nunca puede darle la suficiente fuerza y dinamismo al guión, como si el formato cinematográfico, en vez de darle alas, lo ahogara y condicionara sus ideas. En cuanto a Rapace, carece de la presencia necesaria para erigir a su personaje como foco dramático.
El resto de los personajes tampoco cobran trascendencia en el filme y unos cuantos actores (Charlize Theron, Idris Elba, Guy Pearce) deambulan, casi sin propósito, o explicándolo permanentemente mediante diálogos pomposos y redundantes. Se le puede reconocer a la película cierta apuesta por intentar una progresión dramática distinta a la media del mainstream hollywoodense. Pero sólo se queda en eso, en intenciones, y tanto en la vida como en el cine no se puede vivir de intenciones. De ahí que Prometeo nunca cobre vida propia y termine vagando por el panorama cinematográfico con un respirador artificial.