Estamos ante un oxímoron, una película absolutamente novedosa que no propone nada nuevo. Will Smith —quien aparentemente se quedó con ganas de ser Jason Bourne o Capitán América— es Henry Brogan, un súper-soldado estadounidense que, tras décadas de servicio, termina siendo perseguido por su propio país (o, más precisamente, por un ejército privado contratado por el gobierno). Lo único que le agrega interés a la trama es el gancho comercial de Proyecto Géminis: el asesino tras los pasos de Brogan es su clon; Will Smith contra Will Smith, como anuncian los posters. Y el Will Smith antagonista es más joven que el protagonista, así que el actor de 51 años se enfrenta a su doble de 23.
Lo que hace que la película sea novedosa es que el Will Smith rejuvenecido es un modelo totalmente digital. No es Will Smith con retoques, no se le aplicó un sofisticado filtro anti-arrugas en post-producción (como ocurrió, por ejemplo, con Samuel L. Jackson en Capitana Marvel). Este Will Smith de 23 años tiene su autonomía, existe en un disco rígido. No necesita al verdadero actor para moverse. Obvio que está basado en él: se grabaron el rostro y los gestos de Will Smith, y se codificó el funcionamiento de sus músculos faciales. Luego, para hacer ajustes, se trabajó con material de archivo de Fresh Prince of Bel-Air y Bad Boys. Y finalmente, para darle vida a la copia, Will Smith actuó sus escenas ante un sistema de captura de movimiento, como Andy Serkis haciendo de Gollum o de Caesar. Pero, consumado el modelo, cualquier otro actor podría haberse puesto la piel de Smith. El modelo ya existía más allá del original.
Hay un evidente paralelismo entre el clon de la trama y el generado con computadoras. En una entrevista para la revista Wired, el mismo Smith expresó: “Siempre me encantó la ciencia ficción. Y lo que me pareció interesante en este caso es que parte de la ciencia ficción de la película se convirtió en ciencia real”. El director Ang Lee, para el mismo artículo, fue más lejos. “Lo que estamos haciendo acá es imitar el trabajo de Dios”, dijo. “La creación de algo que parece vivo, que parece que piensa por su cuenta”. En clave humorística, por su canal de YouTube, Smith sugirió que, ahora que contaba con su propio doble digitalizado —y con 27 años menos, además— podía dedicarse a comer y engordar, y que el Will Smith de Proyecto Géminis se encargue de actuar.
Pienso que Smith y Lee deberían haber guionado la trama, porque sus comentarios para la prensa son más interesantes y sugestivos que la película que hicieron juntos. Lo más increíble de Proyecto Géminis quizás no sea su magia digital sino las idas y vueltas de su guion. Nació de la mano de Darren Lemke, a fines de los 90, y desde entonces fue pasando, como en una carrera de relevos, de un guionista a otro, entre ellos Andrew Niccol (Gattaca), Jonathan Hensleigh (Jumanji y Armageddon) y David Benioff (Juego de tronos). Tanto esfuerzo a lo largo de dos décadas, tanta electricidad gastada en notebooks con procesadores de texto, y el resultado es chato y predecible.
La relación entre los Will Smiths se desarrolla tal como uno esperaría: deberán aliarse y reconocer al enemigo que tienen en común. (No es un spoiler; está cantado). Y el villano de Clive Owen, el líder del ejército privado y padre adoptivo del clon, repite solo dos tipos de frases: las de un militar sin brújula moral y las de un padre supuestamente afectivo que se limita a decir, una y otra vez, “Yo te quiero, hijo”. Esta dualidad se supone que le da complejidad al personaje, pero es muy esquemática. Smith, en sus dos roles, y Mary Elizabeth Winstead, como una agente que primero espía a Henry Brogan y luego se une a él, hacen lo que pueden. Aportan una intensidad emotiva y psicológica que el guión no se merece.
De hecho, el guión es un ancla en el peor sentido, porque no deja que las imágenes cobren vuelo. Ang Lee, como en su anterior película, Billy Lynn’s Long Halftime Walk, filmó Proyecto Géminis a 120 fotogramas por segundo (lo que se conoce como técnica HFR, por High-Frame Rate) para captar una imagen profundamente nítida, que casi deja de ser cine para convertirse en otra cosa, una experiencia sensorial a la vez desagradable e hipnotizante. Percibimos cada poro en los rostros de ambos Will Smiths (lo cual, hay que admitirlo, evita que nos convenza el modelo digital, porque todavía no hay CGI que resista semejante nivel de definición). Eso sí, para apreciar el efecto hay que ver la película en un cine que la proyecte en el formato pretendido por el director, lo cual no siempre es posible.
Sin embargo, el uso que hace Lee del HFR, en Proyecto Géminis, es menos atractivo que lo que logró en Billy Lynn’s Long Halftime Walk. En aquel caso, retrató el circo mediático alrededor de un pelotón de soldados recibidos como héroes en Estados Unidos tras su paso por Irak. Y la asombrosa nitidez del HFR le sirvió para, justamente, mostrar cada detalle y color de dicho circo, y construir un ambiente a la vez envolvente y claustrofóbico, que para los protagonistas es tan agobiante como el campo de batalla. En Proyecto Géminis no hay una propuesta estética comparable. Es un film de acción más, que tranquilamente podría haberse rodado de manera tradicional, a 24 fotogramas por segundo.