Crónica de una alocada fiesta adolescente que no alcanza a divertir
Dentro de las comedias adolescentes, las que se concentran en una fiesta constituyen un género en sí mismo con sus reglas propias (léase con sus excesos de sexo, drogas y rock'n'roll) y situaciones muchas veces extremas que los antihéroes de turno tratan de sobrellevar como pueden.
Los protagonistas de Proyecto X -producción de esa nueva estrella del humor hollywoodense que es Todd Phillips (responsable de las dos entregas de ¿Qué pasó ayer?)- son tres auténticos perdedores, de esos que las chicas lindas evitan en los pasillos del colegio secundario y los varones fortachones toman como víctimas de sus burlas (cuando no de sus golpes). Para salir de la categoría de losers absolutos, deciden festejar con todo el cumpleaños de uno de ellos en el jardín y la pileta del fondo de la casa, aprovechando que sus padres se van de viaje por el fin de semana.
Ante el miedo (el pánico) de que nadie vaya, empiezan a promocionar el evento por todos los medios posibles. En estos tiempos de hiperconectividad y redes sociales, la noticia se expande a gran velocidad y, así, por la noche serán cientos, miles, los que llegarán hasta la casa del atribulado Thomas.
Lo que sigue es la crónica de un fiesta descontrolada filmada desde la perspectiva de un improvisado cameraman amigo de ellos (el recurso de la cámara subjetiva a cargo de los propios personajes ya está empezando a agotarse en el cine contemporáneo). La película apuesta por la acumulación de enredos sexuales (el principal motor de estos adolescentes), de hechos de violencia, de momentos escatológicos (hay un "festival" de vómitos) y de situaciones absurdas, pero la película -más allá del desenfreno y el delirio- no alcanza a divertir ni entusiasmar demasiado.
A Proyecto X le falta tanto el timing de La fiesta inolvidable como la empatía de Supercool y se queda, por lo tanto, en la mera exaltación de la épica juvenil (los humillados protagonistas cumplen, a pesar de todo y de todos, el sueño de convertirse en héroes populares). El despliegue de golpes de efecto es abrumador pero -cual estruendosos fuegos artificiales- una vez que la luz y el ruido se disipan, sólo quedan la oscuridad y el vacío.