El desorden anida detrás de todo orden
Aunque se trate de una película para jóvenes que sólo cuenta la preparación, celebración y colapso de una fiesta de estudiantes, el film dirigido por el debutante Nima Nourizadeh sabe hacer coexistir radicalmente consumo pop con metafísica extrema.
Crónica de una fiesta que se va al demonio (un demonio de dimensiones inimaginables), Proyecto X es un nuevo paso de Todd Phillips hacia la elaboración de su propia y definitiva Teoría del Caos. En películas como Old School, ambas ¿Qué pasó ayer? y Todo un parto, este nativo de Brooklyn observó, fascinado, cómo de pronto todo se descontrola, hasta derivar en un miniapocalipsis que vale la pena surfear. Ahora como productor, Phillips (nacido Todd Bunzl) vuelve a poner el mundo patas arriba, contemplando la destrucción como un Nerón anarco, convencido de que detrás de todo orden anida el máximo desorden. ¿Todo eso, en una peliculita para jóvenes, que lo único que cuenta es la preparación, armado, celebración y colapso de una festichola?, preguntarán los escépticos de siempre. Sí, todo eso. En sus mejores manifestaciones, el cine estadounidense siempre supo hacer coexistir consumo pop con metafísica extrema (sin darle ese nombre, por suerte), y Proyecto X –que no debe confundirse con el homónimo que desveló poco tiempo atrás a los medios locales– es una nueva y radical manifestación de esa capacidad.
Unas semanas atrás, este crítico pedía, en ocasión del estreno de Poder sin límites, la abolición definitiva del truquito del falso documental, a esta altura usado, abusado y malversado. Por suerte, Matt Drake y Michael Bacall, guionistas de Proyecto X, no hicieron caso: la película dirigida por el debutante Nima Nourizadeh (nacido en Londres y conocido como director de clips de Lily Allen) demuestra que, bien usado, el falso documental deja de ser truquito y deviene puesta en escena. Puesta en escena de lo urgente, lo inmediato, lo que sucede ahora y se extinguirá en segundos. ¿Hay acaso algo más urgente, inmediato y efímero que una fiesta? En ocasión del cumpleaños número 17 de su amigo Thomas (Thomas Mann, sic), un muchacho lanzado, llamado Costa (Oliver Cooper, toda una revelación), decide que hay que tirar la casa –de Thomas– por la ventana, para dejar de ser los nerds y convertirse en héroes del college. Trío típico: Thomas es el chico apocado y virginal, Costa, el zarpado, y falta el gordito de anteojos. No, no falta, es JB (Jonathan Daniel Brown). Como los mosqueteros, los tres son cuatro. El cuarto es Dax, que a los 17 vive solo (¿?) y tiene a su cargo filmar en video todo lo que pasa. Y vaya que pasará de todo.
Como en los films dirigidos por Todd Phillips, como sucederá a repetición en la piscina de la casa de Thomas, Proyecto X tira al espectador al agua sin el salvavidas del cliché, el lugar común, el prejuicio. Por apocado que sea, Thomas terminará tirando abajo (literalmente) la casa de papá. No se sabe si Costa es gracioso, desubicado, molesto, osado o psicópata, y lo más probable es que sea todo eso junto. JB es el gordito, pero como Jonah Hill en Supercool (una película que no puede dejar de citarse si se quiere hablar de ésta) no tiene un rulo de bobo. Todo indica que al organizar una superfiesta sin que sus compañeros de college sepan siquiera quiénes son, los tres amigos van a quedar mirándose las caras junto con Kirby, única amiga de Thomas (Kirby Bliss Blanton) y Dax, que no muestra la suya. ¿Y si en lugar de eso la fiesta se convirtiera en hito? No sólo por las superchicas en minishort, los megalitros de cerveza, las estimulaciones circulantes, las piezas habilitadas en el primer piso y el enano al horno (sí, en un momento alguien mete un enano en el horno), sino porque tal vez sólo la presencia de helicópteros y la Guardia Nacional en armas permitan conjurar, con las primeras luces del día siguiente, el levantamiento de adolescentes incendiarios. Levantamiento que quizá termine con un perro teñido de rosa, un auto en la piscina y el barrio entero despertando entre incendios, explosiones y motines.
Filmada en tiempo real (el tiempo de la adolescencia, tal como Dazed and Confused, la película de Richard Linklater, probó a comienzos de los ’90), con una cámara que no se pierde nada y un montaje que tampoco, desde ya que Proyecto X puede interpretarse de dos o tres modos opuestos. Estarán quienes vean en ella una invitación al “rompan todo”, los que la tomen como advertencia de lo que puede llegar a pasar si se dejan en libertad las hormonas y aquellos que lean en esta salvajada la cifra de un salvajismo de clase, de modelos, de relaciones de poder entre jóvenes y adultos o de guerras tan próximas como remotas. Proyecto X sería así una de tres: celebración del anarquismo o su condena o explicación. Más posible es que Phillips, Nourizadeh, Drake, Bacall y sus muchachos y muchachas hayan deseado fantasear qué pasa si se saca el dedo del agujero del dique y se prende la cámara ante el tsunami que viene.