Quinta a fondo
Si hay un aspecto que siempre se ha puesto en debate en el cine norteamericano juvenil, situado en el mundo de las escuelas secundarias o las universidades, es la cuestión de la popularidad, los grupos de influencia y los marginados. Films como Elefante, Chicas pesadas o Supercool, por nombrar sólo algunos, han sido extremadamente críticos con la configuración ética, discursiva y de conductas en el ámbito educativo estadounidense. Por otro lado, en buena parte del cine de Todd Phillips vemos una celebración de la fiesta adolescente, aunque con un giro un tanto tramposo: en Viaje censurado, Aquellos viejos tiempos o ¿Qué pasó ayer? se presentan personajes que andan siempre amagando con enfiestarse, con romper todas las reglas, pero que al final se resignan a la monogamia, la institución familiar en su vertiente más retrógrada y las “buenas costumbres”.
Antes, debo dejar en claro mi posición: no tengo problemas con que la gente se emborrache, se drogue o tenga mucho sexo. Tampoco creo que la monogamia deba ser la única opción. En realidad, me parece que todo es cuestión de cada individuo y que se puede hacer lo que se quiera, mientras no se dañe a los demás. Eso no me hace un ultra liberal, sino simplemente alguien no muy estricto. Con lo que sí estoy bastante en desacuerdo es con los conceptos de “joda” y “popularidad” que marcan a fuego a la adolescencia norteamericana (y que en muchos aspectos se esparcen a lo largo de todo el mundo), ya que implican un machismo extremo; colocan a la mujer en el lugar de mero objeto sexual; se aísla al que es diferente (que sólo puede integrarse si acepta ser como manda lo establecido); y se toma o se coge no por placer individual, sino por mera apariencia hacia el exterior.
Pues bien, ver entonces Proyecto X puede ser problemático para una persona como yo, ya que todo el relato se basa en lo que anteriormente cuestioné: tres pibes, que son unos parias absolutos en su colegio, deciden organizar una mega fiesta en la casa de uno de ellos, garantizando la mayor cantidad de drogas y alcohol posible. Y allí se celebra que las mujeres sean “perras”, el derroche de culos y tetas, la muchachada reventando todo no se sabe bien por qué y el ponerse en el mapa siendo igual que todos los demás. No sólo hay una contemplación de eso, sino también un aval por parte de la puesta en escena.
Pero hay que reconocer que ese guiño positivo es totalmente honesto. No hay doble discurso, no hay bajadas de línea conservadoras o políticamente correctas, no hay personajes con actitudes contradictorias o incoherentes. En eso, se podría pensar a la película como la más honesta de la factoría Phillips, quien acá oficia sólo de productor, aunque el marketing resaltó su figura como una suerte de presentador. De hecho, esa fiesta que rápidamente se sale de cauce aumenta sus virtudes gracias a la honestidad de los protagonistas, que se admiten ante ellos mismos (y por ende, frente al espectador) que lo único que quieren es ser como los populares, que quieren integrarse y que es perfectamente lógico que sean marginales mientras no logren posicionarse en otro lugar. La trama sigue, de este modo, a pibes que quieren ser como los mismos que los oprimen (el ejemplo perfecto es la escena donde se los ve echando a unos chicos que quieren entrar a la fiesta, simplemente porque son de primer año).
Proyecto X puede compararse con el reciente estreno de Poder sin límites, otro film situado en el contexto escolar, y no sólo por el recurso a las cámaras portadas por los mismos personajes (aunque en el primer caso es mucho más flexible, permitiéndose entrar y salir de esa modalidad con mayor fluidez en el montaje y condicionando menos la narración). En la cinta de ciencia ficción se ve al oprimido rebelándose. En esta comedia se lo ve aceptando las reglas, incorporándose a la manada.
Otro factor que ayuda a que la película sea más interesante de lo que parece es su ritmo narrativo y su permanente vocación de choque. Una vez que arranca, la historia no para y todas las vueltas de tuerca tienen como objetivo el agrandar el caos. Pareciera que se hubieran recopilado todas las leyendas urbanas sobre festejos, para juntarlas todas en hora y media de cine. Y que al final, todo reviente por el aire, literalmente. Esa explosividad, sustentada en su honestidad, obliga a no descartar tan rápidamente a Proyecto X, un film al que vale la pena pensar un poco.