Shana Feste ha contado que ingresó en la carrera de guión de la Universidad de Los Angeles sólo para ver más seguido a su novio, que estudiaba allí por vocación. Pero al final el destino dispuso otra cosa: a él lo desaprobaron, a ella no, y esa brusca alteración de planes dejó dos consecuencias: el noviazgo terminó y Shana se volvió profesional: Prueba de amor , su debut como realizadora y guionista, muestra que su objetivo principal es enrojecer los ojos de sus espectadores y promover el consumo de pañuelos; que en las aulas aprendió los trucos para lograrlo y a no poner límites a su afán manipulador. Esta especie de réplica de Gente como uno , que se supone gira en torno al tema de la pérdida, es toda una colección de lugares comunes que suelen ser eficaces para ablandar corazones pero aquí fracasan porque quedan demasiado en evidencia. Ni siquiera un elenco de comprobada solidez (excluyamos a Pierce Brosnan, que apenas pone oficio) logra hacer verosímiles las situaciones que Feste ha imaginado para describir el comportamiento de los padres, el hermano y la novia del muchacho muerto en un accidente apenas comienza la proyección.
Sólo la chica, que estaba a su lado e increíblemente salva su vida (y la del hijo que sin saberlo lleva en su vientre), parece reaccionar con alguna normalidad. Los demás no saben qué hacer con la pena: el padre prefiere olvidar todo, pero pierde el sueño; la madre se despierta de noche y grita por los pasillos "¿dónde está mi hijo?", el hermanito actúa como si nada le importara pero se hunde en el sopor de las drogas. Todo se complicará cuando la novia, que no tiene adónde ir, aparezca en la casa con la noticia del embarazo y sea hospedada allí aun con alguna reticencia. Al final, claro, todo retomará su cauce tan naturalmente como la acción manipuladora de la directora lo decida.
Pero para llegar a eso, claro, hay que atravesar una sucesión de escenas dramáticas que nadie, ni los actores, puede creer, por mucho que Susan Sarandon y Pierce Brosnan se enreden en una competencia a ver quién hace más visible el sufrimiento ni por mucho que Carey Mulligan ponga en juego su transparencia y su carisma (ella justifica la generosa calificación). El esfuerzo que Shana Feste hace para alcanzar la sensiblería es casi conmovedor, pero vano