Mark Ruffalo interpreta a un productor musical, y Keira Knightley es una talentosa cantante con el corazón roto.
Sin dudas, una comedia romántica perfecta debe incluir a Mark Ruffalo y Keira Knightley entre sus protagonistas. Sin embargo, y pese al título en español, ¿Puede una canción de amor salvar tu vida? no es exactamente una comedia romántica y tampoco es una película perfecta. Pero sí es una declaración de amor a la música, a la vida y a Nueva York, con las cantidades imaginables de sentimentalismo que contiene cada uno de esos componentes.
Dan (Ruffalo), un productor musical en decadencia, escucha cantar en un bar nocturno a Gretta (Knightly), una chica retraída que tiene una voz angelical, que escribe canciones preciosas y que, por supuesto, pronto lo sabremos, tiene el corazón roto. El cuadro se completa con el exnovio de Greta, Dave, un cantante que se ha vuelto famoso de un día para el otro (interpretado por Adam Levine, el líder de Maroon 5), con la exposa de Dan, Miriam (Katherine Keener) y con la hija de ambos, Violet (Hailee Stainfeld).
La idea de la película no es otra que mostrar el poder de la música para volver a soldar los fragmentos de esas vidas más o menos destrozadas. Por suerte, el director John Carney (Once) confía más en la música por sí misma que por sus propiedades terapéuticas, y la intensidad con la que disfruta cada canción es visible en todas las escenas y en todos los escenarios que eligió para filmarlas.
En ese sentido, hay un momento que roza la epifanía: ocurre cuando los dos protagonistas, conectados al mismo iPod por el cable de un auricular bifurcado, se sientan a ver pasar a la gente, y Dan le explica a Gretta que sólo la música puede hacer que cualquier instante se transforme en una perla de tiempo.
Mientras narra las peripecias de grabar un disco en distintas locaciones de la ciudad, Carney se permite una mirada lateral sobre la industria discográfica y sobre el sistema de celebridades de los Estados Unidos. Si bien manifiesta su disconformidad con ese mundo de las apariencias, no llega a ser crítico, no por pacato, ni por respeto a Adam Levine (una superestrella musical, con talento, es cierto, pero superestrella al fin, y adicto al falsete), sino porque su confianza en el poder de reconciliación de la música es tan grande que las artimañas del capitalismo cultural le parecen un detalle menor.
Ideologías aparte, hay que decir que el gran Ruffalo peca de italiano por primera vez en su carrera y sobreactúa en varias escenas, en especial en aquellas en que se muestra trabajando de productor musical con la banda. El resto del elenco, en cambio, cumple con el mandato de darle a cada uno de los personajes una nota personal y distintiva.