A ocho años del estreno de Once, John Carney, ya instalado en Hollywood y haciendo pleno uso de su maquinaria, parece repetir la receta alterando algunos condimentos. ¿Puede una canción de amor salvar tu vida? oscila entre el musical y la comedia romántica, aunque el romance al que le debe gran parte de la tensión jamás llega a ser explotado. El director vuelve a poner en escena dos personajes al borde del abismo unidos por el azar y la música. Dan, encarnado por el multifacético Mark Ruffalo, es un exitoso productor musical que ha perdido todo, mientras que Gretta (Keira Knightley) afronta tras una infidelidad la ruptura con su novio devenido en rockstar y el fin de sus sueños como compositora. A partir de su encuentro en un karaoke, la vida de ambos cobra un nuevo sentido: realizar un disco íntegramente grabado en las calles de Nueva York.
Al igual que en Letra y música o la inigualable Alta fidelidad, la melomanía se convierte en el eje que da forma y estructura a la historia. La música como lenguaje universal y su proceso creativo se transforman en el canal que permite la caracterización de cada personaje. La destreza musical de los protagonistas sorprende con gratitud, al igual que la banda sonora que se muestra tan correcta como agradable de oír. Sin embargo, la crítica al circuito y la industria musical que parece esbozarse queda a medio camino frente a la emergencia de un mensaje fundado en el ideal americano.
Por otro lado, la monotonía surge como consecuencia de un forcejeo temporal, siendo tan evidente como tedioso el estiramiento en el que se intenta continuar diciendo lo que ya está dicho. Aun así, recursos como la ruptura en el punto de vista o los flashbacks aportan dinamismo y logran en parte compensar los baches. En este sentido, el escenario se torna relevante: los travellings de la fisionomía neoyorkina embellecen el relato junto con minuciosos planos generales y logran opacar el desgaste del argumento.
¿Puede una canción de amor salvar tu vida? no llega a aburrir ni empalagar del todo. Aunque resulta inevitable percibir cierta pobreza en relación con las expectativas generadas por su antecesora, la pasión y el fervor que pone de manifiesto consiguen que hasta resulten simpáticas cada una de las obviedades que construyen la historia.