Dulzura que no empalaga
Entre otras confusiones y contusiones que los tiempos nos imponen, puede advertirse el desprestigio del azúcar. Esto es muy notorio en Argentina, en donde el uso y abuso de edulcorantes sintéticos está a la orden del día. Esta confusión lleva a que hoy en día el verbo "endulzar" pueda significar la puesta en acción de productos cuya nobleza es muy inferior a la del azúcar o a la miel ¿Puede una canción de amor salvar tu vida? (largo título para Begin Again) es de esas raras películas que prometen dulzura y cumplen sin edulcorantes, con materiales de una nobleza intachable y detectable en el paladar. El director y guionista de ¿Puede una canción...? es el irlandés John Carney, el de Once (2006), hit de bajo presupuesto que terminó dando la vuelta al mundo y cuya música fue parte fundamental de su identidad.
Luego de Once, el cineasta hizo algunas películas que lograron repetir ese éxito. Con ¿Puede una canción?? vuelve a los elementos de aquél film: una ciudad (antes Dublín, ahora Nueva York), un hombre, una mujer y canciones. Claro, lo que en Once era pequeño crece aquí: más personajes, más producción (para la música y para el resto de los elementos), más actores con más cartel.
Las películas que apuestan a la dulzura pueden ablandarse demasiado si se basan en fórmulas y si además intentan meramente engordar y no crecer. Pero Carney encontró la manera de que los personajes secundarios tuvieran encanto y espesor: la adolescente Hailee Steinfeld (Temple de acero, 3 días para matar), el inglés James Corden, la veterana indie Catherine Keener, el hip-hopero Mos Def, el cantante de Maroon 5 Adam Levine y Cee Lo Green se ensamblan perfectamente a pesar de su notoria diversidad. Quizá se deba a que esta es una película segura, que jamás intenta negar su dulzura. Elige un tono amable, elige dedicarse a los sentimientos, elige las canciones y a su poder, elige que las más bellas sean aquellas que no están edulcoradas: elige buscar de forma incesante una cualidad elusiva como el encanto. Y logra ser encantadora.
¿Cómo logra ese encanto? El arte de Carney en esta película (y también en Once) parece ser transparente, estar ahí sin mayor esfuerzo. Y eso es logro de un trabajo de puesta en escena que busca fluidez, una presencia inadvertida. Su cámara está cerca de los personajes sin invadirlos jamás, les permite mirarse, los deja volver a sus historias previas -en un doble flashback que potencia la velocidad narrativa y nuestra ansiedad por saber cómo terminarán las emociones en juego- los deja dudar de sus sentimientos (hay más de un ejemplo de ese tiempo de espera sobre un rostro que esconde decisiones clave).
Las canciones se despliegan también de un modo amable y generan el efecto de armarse y mejorar ante nuestros ojos, convenciéndonos de que son la banda sonora vital de este productor discográfico que tiene que "empezar otra vez" y de esta chica herida de la que parecen brotar sin dificultad dulces canciones. Ellos son Mark Ruffalo y Keira Knightley, y sus encantos particulares -probados con anterioridad, incluso la capacidad de Knightley como cantante- resplandecen en esta película y se potencian en cada interacción. Carney, con una película que parte de la fórmula de "chico en problemas conoce chica herida" demuestra que, a veces, el cine puede ser genuinamente dulce.