Con la estética y el ritmo de una película indie, pero con estrellas del mainstream, el film de John Carney cumple con todas las reglas de la comedia romántica y del musical, sin pertenecer realmente a ninguno de estos géneros.
El film comienza en el momento del encuentro de los protagonistas (Mark Ruffalo y Keira Kneightly) en un café concert de Nueva York, aunque rápidamente comienzan unos flashback que relatan el pasado de ambos. Ella es Gretta, una cantautora independiente, que ha sido engañada por su novio, un músico en ascenso embelezado por el mundillo de los famosos, y él es Dan, un productor musical, que ha perdido el rumbo de su vida en manos del alcohol. El encuentro, por supuesto, se convierte en el puntapié inicial para curar las heridas de ambos, mediante la grabación de un disco con sonido ambiente en todos los lugares típicos de la ciudad de la música.
En cuanto al romance, podemos rastrear todos los elementos: se conocen, se hacen amigos, surge la sospecha de la posibilidad del amor, reaparecen los amores del pasado y la duda acerca de si acabarán juntos o no. En cuanto al musical, cabe destacar la dulce voz de Kneightly, fiel al estilo indie folk norteamericano, a pesar de que las canciones son bastante llanas en cuanto a la melodía y las letras. La película transcurre de la grabación de un tema al otro, y cada uno aporta sentido a la historia. Sin embargo, no puede decirse que sea realmente un musical, ni una comedia romántica, ya que no hay un romance explícito (es más bien, “el comienzo de una bellas amistad”), ni las canciones hacen avanzar la historia.
Quizás es un poco larga, pero Carney logra sostener un guión bastante predecible por medio de la música pegadiza y las buenas actuaciones (Catherine Keener en un rol secundario, por ejemplo) . Olvidable, aunque agradable podría ser el resumen del último trabajo del director de Once.