Buscando claves en la historia
Durante la última década, con películas como Munich, Caballo de guerra y Lincoln (antes lo había hecho también con La lista de Schindler o Rescatando al soldado Ryan), Steven Spielberg revisitó la historia con la premisa de encontrar allí algunas claves para comprender las crisis del presente. Son films que comparten y transmiten una moral, unos valores, una cosmovisión que el director quiere recuperar y reivindicar. En ese sentido, Puente de espías no es una excepción, sino una pieza alegórica más que se suma al engranaje, al rompecabezas ético que con los años ha ido armando este brillante cineasta.
Elogiar a esta altura las habilidades de Spielberg es redundante, pero vale indicar que el arranque de Puente de espías se ubica entre lo mejor de su filmografía. La forma en que presenta a los dos protagonistas -el abogado del rubro de seguros James Donovan (un sobrio Tom Hanks) y un espía soviético llamado Rudolf Abel (Mark Rylance, notable) que es atrapado por el FBI en la Brooklyn de 1957- resulta un ejemplo de cine puro, sin alardes ni pirotecnias, con una narración cristalina y contundente.
Esa precisión se mantendrá durante buena parte de las más de dos horas de este relato que reconstruye un caso real ocurrido en plena Guerra Fría (Donovan terminó defendiendo a Abel y en 1962 fue la clave para la negociación de un intercambio de prisioneros entre los Estados Unidos y la Unión Soviética). Spielberg revive la maestría formal (esa que hace fácil lo difícil) de los grandes directores (aquí hay algo de Alfred Hitchcock, Howard Hawks y sobre todo de John Ford y Frank Capra) en un intento por volver a un clasicismo que ya pocos cultivan (Clint Eastwood podría ser otro de los "resistentes").
A partir de un guión de Matt Charman que reescribieron los hermanos Coen (aunque aquí no hay ni una pizca de cinismo), Spielberg habla de la honradez, el idealismo, la nobleza, la integridad de un padre de familia, un hombre ordinario al que le toca atravesar situaciones extraordinarias. Alguien que es capaz de enfrentarse con el sistema (judicial, político, de inteligencia) con el único objetivo de hacer lo que es justo y correcto.
La película no necesita caer en el subrayado discursivo para llegar a buen puerto. Si bien es cierto que funciona mejor cuando opta por los grises, cuando explora las contradicciones y apuesta por los matices que cuando cae en cierta solemnidad, didactismo y algunos planos obvios (los fusilamientos, por ejemplo), nunca deja de ser entretenida, con una construcción del suspenso y una elegancia visual que la convierten en digna heredera del expresionismo de los thrillers de los años 40. Spielberg en su mejor versión.