El cine de Spielberg goza de madurez, solidez, prestancia y capacidad narrativa
Si hubiera que segmentar la filmografía de Steven Spielberg se podría decir que en estos últimos diez años, se ha decidido por revisar la historia lo ha hecho para contar el cuento, sí, pero también para sentar posición y su visión de los valores y las miserias humanas mirando el pasado para explicar el presente y acaso preguntarse por el futuro. La intolerancia y el odio en “Munich” (2005), la fidelidad y la amistad en “Caballo de guerra” (2011), y la lucha ideológica de la igualdad de derechos en ese largo registro de sesiones del congreso que fue “Lincoln” (2012). Ahora es el turno de la ética, la honestidad y las convicciones puestas en el personaje principal.
James Donovan (Tom Hanks) es un abogado común. Destacado en el conocimiento de la ley, pero más que nada un ferviente creyente del sistema judicial como defensa de la justicia universal y de los valores amparados y promulgados por los “padres de la nación”. Rudolf Abel (Mark Rylance) es un espía soviético instalado en Estados Unidos. Ambos personajes son presentados de una manera particular, magistral. transparente y contundente. A Abel lo vemos reflejado en un espejo, en el óleo de un autorretrato que él mismo está pintando. Tres maneras diferentes de ver a una misma, sin embargo nunca de frente. Lo contrario sucede con Donovan porque lo hace en forma natural, sin rimbombancias.
Ahora, por puro lenguaje cinematográfico, intuimos la manera de comportarse de cada uno. Pero falta un actor más. Uno omnipresente que se va a interponer entre la incorruptibilidad del abogado y su tares: el factor de poder. La tarea que “se le encomienda” al abogado es la de defender al espía luego de su arresto. Tremenda sorpresa le da el juez y el sistema al no escuchar la irregularidad jurídica de todo el procedimiento. Irónicamente hay algo kafkiano en su dilema y su accionar, aunque acá no hay mucho lugar para la reflexión porque gracias a un argumento casi inobjetable en 1957, respecto de la conveniencia de mantener a Abel con vida, la misión “por la patria” cambia de objetivo y de escenario. Ahora deberá haber un intercambio en Alemania Oriental, y adivinen quién está a cargo del asunto…
Pasadas varias horas de la proyección, y luego de un debate interno y externo, las virtudes de “Puente de espías” afloran y maduran como los buenos vinos. La Norteamérica que muestra Steven Spielberg está escéptica y sufre de lavado de cerebro anti-comunista, como se ve en un diálogo magistral entre Donovan y su hijo. La paranoia por el invasor y por la bomba ya está sembrada y cosechada en las siguientes generaciones.
Por eso hay poco lugar para la sonrisa y en una primera visión hasta pareceríamos estar frente a una obra “desangelada”. Pero el golpe viene por el costado estético. Todo es frío en “Puente de espías”: La cárcel, el estudio de abogados, la gente, el subte. Se respira una atmósfera de sospecha, de juzgamiento. Todos leen el diario y todos condenan a partir de los titulares. Los medios y su influencia en la opinión pública también caen bajo la lupa del cineasta. Por si fuese poco el talento, se establece una clara diferencia entre los escenarios y las culturas donde ocurren los hechos. Si USA está fría, Europa está congelada en todo sentido. Aquí la gran estrella, y clara candidata al Oscar, es la fotografía de Janusz Kaminsi junto a la edición (otra vez) de Michael Kahn. Entre ambos se conocen de memoria y generan los climas necesarios para retratar una época oscura, llena de sospechas y de temores colectivos.
También es cierto que el guión de Matt Charman, Joel y Ethan Cohen pasa por alto el conflicto interno de Donovan. Es extraño porque allí radica una fuerza especial que enfrenta a un hombre y sus convicciones contra un sistema que por conveniencia va contra los derechos universales que la propia forma de vida estadounidense pregona a viva voz. En cambio, se profundiza en otros aspectos (no menos destacables, por cierto) que no tienen, para el personaje, la misma fuerza. Tal vez la explicación a este detalle esté justamente en los autores. Los hermanos Cohen han hecho casi siempre un cine que, desde el texto, ponderó más la circunstancia que el hombre, tales los casos como “Fargo” (1994) o “De paseo a la muerte” (1992). No por esto hay que interpretar incompatibilidad. Es una gran primera colaboración de realizadores que se han admirado mutuamente. Podría achacarse una exacerbada muestra de idolatría por Estados Unidos, subrepticiamente impuesta al espectador por comparación entre escenarios y su gente, pero rara vez Spielberg se ha corrido de la corrección política. La única vez que lo hizo fue con “El color púrpura” (1985) y la academia le dio la espalda a las once nominaciones que tuvo ese año.
Como sea, el manejo del ritmo está abordado de una manera tradicional, a puro poder de imagen que los años y la sabiduría han convertido a la narrativa del creador de “Tiburón” (1975) en una experiencia más refinada y de sabor a clásico. Si había algún momento para comparar a Tom Hanks con la prestancia de James Stewart, ese momento son las dos horas veinte de “Puente de espías”. Hay una herencia implícita en la forma de abordar el personaje, en especial cuando su Donovan se enfrenta con la impunidad y si bien Mark Rylance ofrece un trabajo magistral basado en una austeridad de gestos y movimientos muy difícil de sostener durante tanto tiempo, en tiempos de carrera por el máximo galardón no extrañaría tener dos candidatos aquí.
El cine de Steven Spielberg goza estos días de madurez ofreciendo solidez, prestancia, y una capacidad de contar el cuento de la que ya no hay.