Matías, Tomás y Pedro tienen 12 años, son amigos y compañeros en una escuela pública del conurbano bonaerense. Ni sus padres ni el colegio los contienen demasiado y, por lo tanto, se van dejando llevar por sus impulsos y por sus ansias de nuevas experiencias.
La opera prima de Giulianelli (32 años, egresado de la FUC), estrenada en el último Festival de Pusán (Corea del Sur), se inicia como un retrato minimalista/costrumbrista (los chicos comen con sus familias, se hacen la rata, juegan al fútbol y a la Play), pero todo cambia cuando encuentran en la casa de uno de ellos una pistola. La tragedia acecha y no tardará en explotar.
Lo que sigue es un viaje al desconcierto, un ritual de iniciación (a la adultez) que emprenden los dos amigos sobrevivientes y la hermana del muerto hasta poder iniciar el duelo.
Es cierto que los tópicos que aborda Puentes han sido ya bastante transitados por el cine, pero Giulianelli sortea buena parte de los obstáculos que se le presentan con una puesta en escena cuidada y rigurosa, sin cargar las tintas ni caer en la bajada de línea, apostando a su mirada melancólica sobre la soledad de la preadolescencia y confiando en la empatía que generan sus jóvenes actores.
Puede que Puentes no tenga nada demasiado revolucionario para ofrecer, pero el pequeño universo que atesora, las historias mínimas que describe, están llenas de nobleza y de convicción.