PERON EN MADRID
Víctor Laplace insiste en ser Perón. Pero no hay caso. No es tarea fácil. Al cine siempre le costó revivir las grandes figuras de la historia. Y aquí la falla es doble. Por un lado en lo formal: el guión insiste en hacerlo hablar a siempre para la posteridad; el general dircursea en el cuarto, en el parque, en el desayuno. Hasta agobia a una costurera con sus sentencias. Pero la película también falla en el fondo al no asomarse ni siquiera tibiamente a los innumerables y fascinantes costados de una personalidad que desde el exilio condujo los destinos políticos del país. En ese debe hay que anotar que la mirada superficial del libro apenas deja ver como al pasar una catarata de sucesos y personajes que están allí, dicen presente y se alejan. Salvo Isabelita y López Rega que aparecen como una asociación ilícita capaz de empaquetar a un general tan inteligente y estricto con lo de allá lejos y tan permisivo con lo que pasaba a su alrededor. Es una película retórica que tiene al cine como gran ausente. Perón en el exilio necesitaba más fibra, más sutileza, una mirada más amplia y profunda.