El general en su laberinto
Un mito viviente con sus luces y sus sombras, en este film codirigido y protagonizado por VÍctor Laplace. Los años del ex mandatario y su mujer durante su exilio en España.
Perón viejo, indeciso, con problemas de salud. El General en su laberinto de hierro y de puertas cerradas reflexionando si vale la pena pegar la vuelta definitiva. El largo exilio de paria sin patria por Latinoamérica y la estadía en España, en la fortaleza de las afueras de Madrid, como si se tratara del cielo protector que definiera el retorno hasta el último suspiro. Pero Puerta de Hierro no fue el edén, sino el aquelarre de brujos consejeros, personajes sumisos y una esposa aferrada al dislate y al acompañamiento de la celebridad. Víctor Laplace vuelve a cargar con la figura de Perón, pero ahora no solo desde el cuerpo y la voz, sino también ubicado detrás de cámara junto a Dieguillo Fernández. Vaya zona riesgosa a la que se animaron ambos, hasta ahora inédita en el cine: escarbar en ese largo período de Perón fuera del país donde se intenta reconstruir al movimiento desde la supuesta tranquilidad que ofrece la fortaleza de piedra madrileña. La apuesta es más que valiente y los riesgos asumidos conforman una película atendible, plausible a la discusión, abierta al debate cinematográfico y, por qué no, también político.
Puerta de Hierro, el exilio de Perón retrotrae al cine de los '80 desde sus marcas estéticas: sujeta al guión, a veces discursiva, invadida por ese espíritu demodé que en ocasiones la perjudica pero que también la beneficia en sus propósitos finales. Laplace y Fernández construyen un personaje de ficción, la española Sofía (Natalia Mateo), la costurera privada del General, el confesionario del mito que aun duda en volver. Semejante apuesta –también con sus victorias y derrotas estéticas– configura el remanso que Perón necesita para irse de su casa. Es que su morada, visitada con frecuencia por Cámpora, Galimberti y Paladino, donde las sugerencias del General también se fusionan a sus prolongados silencios, constituye una casa tomada por Isabel y López Rega (estupendos trabajos de Carreras y Yanelli). En esas zonas de encierro, donde Perón no sabe con qué puede encontrarse al recorrer un pasillo o pasear junto Galimberti o Cámpora por el jardín; la película gira a su bienvenida zona laberíntica y asfixiante. Allí el film se anima a lo siniestro, a la superchería sin rodeos, al rostro abatido del personaje central, incapaz de gobernar un hogar ocupado por otros. Por eso la gran escena de la llegada del cadáver de Eva Perón, en esa noche de lluvia donde el film se atreve al delirio, con Perón abriendo el féretro mientras López Rega e Isabel convocan a dioses y demonios, rezan y aprietan con fuerza los rosarios. La otra vuelta, la que prologa el retorno definitivo, cuando los bandos en pugna se reúnen en la cantina para entonar la Marcha, representa la luz, la alegría, la fiesta previa antes del arribo a Ezeiza. Esas dos escenas sintetizan la película y al personaje en sí mismo: un viejo líder y un mito viviente conviviendo con sus luces y sus sombras.