Santo y todo, este Perón es verosímil
1972, un barrio apartado de Madrid. En una casona similar a la de su añorada quinta de San Vicente, el general Perón orquesta su regreso, recibe fieles de diversos sectores, los alecciona, hace yoga, bromea, rezonga, y evoca algunos momentos del 55, el exilio centroamericano y el frustrado retorno de 1964, mientras advierte perplejo la creciente influencia de Lopecito sobre Isabel.
Como cabe esperar, el argumento lo santifica un poco, lo exime de algunas cosas. Pero, atención, también destaca sus dudas, indecisiones y reticencias, sus consejos contra la violencia en ciertos casos, sus manejos a dos puntas, su indignación en el terrible momento en que le devuelven maltrecho el cadáver de Eva. Y le imagina un sentimiento de soledad que lo lleva al recuerdo de su madre frente a otra persona. Esa otra persona es una creación discutible pero eficaz de los guionistas: una joven española que el viejo exiliado visita en secreto, sólo para charlar con alguien que no espera nada de él.
En verdad, poco puede objetarse. Una línea de diálogo ante el bombardeo de Plaza de Mayo (¿acaso era posible leer en ese momento la consigna que llevaban pintada los aviones?) se compensa con un buen párrafo de autocrítica frente a la cañonera paraguaya (aquel famoso de "Nuestros enemigos no nos han vencido. Hemos caído víctimas de nuestras propias debilidades internas"). Y ciertos recursos explicativos son necesarios. Hay toda una generación que conoce poco y mal esta parte de la historia.
Víctor Laplace vuelve a encarnar al General, y lo hace todavía mejor que en "Eva Perón" o en la pieza teatral "Borges y Perón" que hizo con Duilio Marzio. La edad, incluso, lo beneficia. A igual nivel está el elenco. Javier Lombardo es el fiel amigo Jorge Antonio, Victoria Carreras la mujer que un día amanece junto al hombre y desde entonces lo asiste, Sergio Surraco el Rodolfo Galimberti todavía limpio (muy interesantes los diálogos del Viejo y el joven en el parque) y Fito Yanelli es El Brujo. El perverso de la película. De veras mete miedo. Párrafo aparte, Hugo del Carril hijo en breve pero hermosa aparición encarnando a su propio padre.
Impresionan aquí las actuaciones, el meticuloso, impecable trabajo de la vestuarista Marcela Villariño y la directora de arte Adriana Mestri (han cuidado hasta el tamaño de los caniches "de antes"), la música de Damian Laplace, y, en especial, el libreto de Laplace y Leonel D' Agostino, autor ya reconocido por sus trabajos para series como "Tiempo final" y "El elegido". Codirector junto a Laplace, un joven en ascenso, Dieguillo Fernández, observador, minucioso. El resultado es sencillamente más que bueno, capaz de atrapar incluso a los "gorilas". Y por lo menos dos escenas son de antología: la última charla del Viejo con la joven, donde él parece quebrarse, y la fiesta de cumpleaños donde todos se juntan pero el homenajeado se aleja unos pasos, como para mirarlos "desde afuera".