Sería una simplificación decir que Puerto Almanza (2019) es un documental sobre el último pueblo ubicado en el extremo sur del territorio argentino y las personas que eligieron ese lugar para vivir. La película de Juan Pablo Lattanzi y Maayan Feldmanreflexiona, entre muchas otras cosas, sobre la relación entre padres e hijos.
Puerto Almanza es el último bastión humano antes de la Antártida. Santiago y Rolo se instalaron allí hace algunos años y no piensan irse. El primero vive de changas pero admite que no le gusta trabajar, el segundo se dedica a la pesca pese a la ausencia de una autoridad competente que reglamente la actividad y le permita vender ajustándose a la ley.
Santiago se distanció de su hijo porque este se fue a Río Grande en busca de oportunidades que Almanza no brinda. “Tiene 22 años, es un pibe y le gusta salir” dice en varios pasajes de la película. Rolo, en cambio, cuida de sus cuatro hijos y lucha para que el Estado les brinde educación primaria sin la necesidad de trasladarse a la capital fueguina. Así, Recursos Naturales les presta un salón donde Juana, una maestra que debe viajar entre una hora y media y dos, les imparte clases.
“El sol es una masa de fuego” dice la maestra cuando habla sobre el sistema solar y uno de los hijos de Rolo alcanza a decir que su papa es como el sol porque siempre está enojado. En lo que parecen pequeñas intervenciones accidentales, los realizadores se adentran en lo más interesante de la película: la relación entre padres e hijos.
Si bien el escenario natural es preponderante y se erige como un personaje más, en Puerto Almanza lo que se destaca es cómo los padres deciden sobre su vida y esto repercute inmediatamente en su descendencia. Así como el hijo de Santiago se fue del pueblo porque no veía un futuro prometedor, Rolo asegura que sus hijos una vez que crezcan no querrán irse de ahí. En esa aseveración queda la sensación de que se trata de un anhelo propio y no de un deseo de sus hijos.
De esta manera, la película de Lattanzi y Feldman posee un carácter universal que podemos encontrar en cualquier parte del mundo, por más austral que sea. Y lo que comienza como una historia sobre la vida en un lugar remoto, se torna familiar para el espectador que, sentado en una butaca a metros del Congreso, puede percibir que se habla de algo que trasciende las fronteras.