Del dicho al hecho
No se puede negar que Martín Basterretche carezca de ambición, sobre todo si tenemos en cuenta que Punto ciego es no sólo una película de bajo presupuesto sino además su ópera prima. En el film se dan cita varios tópicos transitados muchas veces en el cine, empezando por las obvias referencias hitchconianas o depalmianas, con el inocente de espíritu fisgón involucrado en una serie de episodios que lo superan, sino además texturas que traen a la memoria recursos literarios que se emparientan con los sueños, lo onírico, incluso el drama romántico con elementos fantásticos y la creación de un espacio ficcional, como esa ciudad portuaria en la que la historia se ambienta. Y como si todo esto fuera poco, hay que sumar una suerte de conspiración paranoica que tiene como epicentro a los piratas y una organización oculta que se encarga de combatirlos, más una suerte de reflexión sobre el cine y las imágenes y su potencialidad verista. Pero el problema de Punto ciego no es que se trata de demasiada información para 86 minutos de película, sino que mayormente está presentada de manera bastante torpe.
Hay en la película espacio para lo mitológico, con autoconsciencia de leyenda urbana. El centro es un director de cine novel que está filmando una película a escondidas, tomando imágenes de gente que transita en la esquina frente a su casa. Y una de esas noches, en las que su cámara se obsesiona con una mujer que pasa por allí repetidamente, termina siendo testigo de un aparente crimen. A partir de este suceso, la trama del realizador que (a lo Travolta en Blow out) es testigo involuntario se cruza con otra trama, que es la de un amigo periodista que investiga a la mafia de los piratas. Es ahí donde surgen nombres que parecen provenir del mundo de la ficción, figuras que entre las sombras mantienen el balance de la ciudad. Hay un mundo que el film relata y un clima paranoico mal desarrollado y sin fuerza.
Basterretche comienza a desandar a partir de ahí una serie de vueltas de tuerca que buscan por un lado tensionar el relato con la energía de lo fantástico, incluso lo fantasmagórico, y por otro lado con una subtrama investigativa-policial que tiene como eje a una improbable organización y un villano exuberante con divismo bondiano. El problema principal de Punto ciego es que el guión parece más preocupado en esas vueltas de tuerca, en sorprender con un giro constante, antes que en hacer de esa sucesión de trampas un relato no sólo fluido sino además coherente. Al perderse la lógica interna, se quiebra el verosímil y ese “puede pasar cualquier cosa” termina pesando contra los resultados finales. Para colmo de males, el corto presupuesto se nota en la falta de rigor para resolver algunas situaciones, y las actuaciones son bastante débiles, empezando por el debutante Alvaro Teruel, más conocido por su participación en el grupo musical Los Nocheros.
De todos modos, hay que decir a favor del director que se nota en Punto ciego una ansiedad por trabajar un tipo de relato que el cine argentino carece: hay algo ligero, revoltoso y vital en la película, pero se pierde ante la sumatoria de desprolijidades y vaguedades con que se va acercando a un final que se pretende irónico y es en verdad incongruente (si bien se sabe Clase B, hay poco humor en la película). Depurados esos asuntos, es posible encontrar algunas virtudes en un relato que evidentemente era más interesante en los papeles que en lo concreto.