Luis Peñafiel, un escritor de renombre, parece haber resuelto uno de los "imposibles" de la literatura policial: un crimen cometido en una habitación cerrada por dentro. Durante una convención de literatura comparte el final de su novela con Gregorio Lupus, un joven escritor obsesionado con encontrar el mejor final para su próximo trabajo, y con el crítico literario Edgar Dupuin, una especie de Polino detestable. El tema es que Dupuin aparece muerto, y su muerte parece calcada de ese final que Peñafiel le había compartido.
Grabada en un prolijo blanco y negro y recuperando la voz over de los detectives de las narraciones clásicas, Punto Muerto es una propuesta innovadora, con una marcada búsqueda autoral que se aleja de los trabajos anteriores de su director Daniel de la Vega (Ataúd Blanco, Necrofobia). Aborda el género conociendo sus convenciones y sus ritmos, y logra algo que muchas veces es difícil: manifestar amor por la literatura y el cine policial sin generar un texto por demás cerrado, que deja afuera a los espectadores que no son eruditos en la materia. Todo lo que toma Punto Muerto de sus predecesoras (y no hablo de ninguna película en particular, sino del corpus global del género) lo pone al servicio de contar una historia sólida, que desarrolla todos sus elementos y no depende de lo que pueda saber o no de policiales quien la está mirando.
La otra gran pata en la que se apoya la solidez de la película son sus actuaciones: la tríada protagonista (Osmar Nuñez, Rodrigo Guirao Diaz y Luciano Cáceres) tiene muy buena química, ritmo en sus diálogos y naturalidad en sus interacciones, lo que se complementa con la sobriedad y el halo de misterio que aporta Natalia Lobo.
Punto Muerto reúne y amalgama con equilibrio todos los elementos necesarios como para convertirse en una película que emula un canon genérico pero a pesar de eso es fresca y novedosa.