Homenaje al policial
Daniel de la Vega realiza con Punto muerto (2018) un film de época en clave policial, sobre un escritor cuya obra sobrevuela la literatura de Agatha Christie, Edgar Allan Poe y Arthur Conan Doyle, una excusa para ambientar en ese universo el enigma del cuarto cerrado.
Un crimen en un cuarto cerrado es la única situación que el célebre escritor de policiales Luis Peñafiel (Osmar Núñez) aún no puede resolver. Un desalmado crítico literario (Luciano Cáceres) es el frío detractor que busca la oportunidad para humillarlo. Cuando éste desaparece, todos los dedos apuntan a Peñafiel quién, con ayuda de un discípulo (Rodrigo Guirao Díaz) tendrá que descifrar el misterio antes de que la policía lo acuse del crimen.
La lógica deductiva de aquellos novelistas se hace presente en esta película, siendo el argumento con mayor precisión que haya escrito Daniel de la Vega a la fecha. Un mecanismo de relojería exacto para atar cabos sueltos y desestimar falsas pistas desperdigadas por la trama. Pero aquello que impacta es su destacado estilo visual, siempre con la cámara en movimiento y los planos en función de producir tensión narrativa, una marca distintiva del director de Ataúd Blanco: El juego diabólico (2016).
Hay homenajes a los literatos mencionados y también a Jorge Luis Borges, Narciso Ibáñez Serrador (Luis Peñafiel es un seudónimo usado por Narciso Ibáñez Serrador en Historias para no dormir), Carlos Hugo Christensen (quizás el director argentino que más filmó policiales en el período clásico), y otros tantos para aquel que reconozca la referencia. Pero Punto muerto no deja de ser una película de Daniel de la Vega cuyo estilo fantástico impregna toda la historia. De este modo el “espectro” tiene connotación con el fantasma de la ópera dejando en algunos momentos la lógica realista de los relatos policiales de lado.
Otro de los recursos con los que la película juega en un principio pero que luego abandona, es la historia dentro de la historia. El asesinato que vemos en un principio desplaza tantas pistas en la ficción escrita por Peñafiel como en la historia “real”, mezclando ambos universos y creando la psicosis de los protagonistas que no pueden distinguir fantasía de realidad, hecho que les provoca la locura tan habitual en el cine del director de Necrofobia (2014).
Daniel de la Vega hace una de sus mejores películas a la fecha, en un estético blanco y negro para remitir a otra época. Las impecables actuaciones del trío protagónico cierran el clima alucinante de este relato cuyo crimen, recuerda a todos los crímenes y personajes del género policial.