Una apuesta arriesgada enfundada en un magnético blanco y negro es la que dispara Punto muerto, una historia de misterio, suspenso y terror plasmada a la vieja usanza como una evocación nostálgica por los relatos protagonizados por escritores y detectives.
Luís Peñafiel -Osmar Nuñez, en un buen trabajo- acaba de finalizar una novela que plantea el crimen perfecto en una habitación cerrada. La resolución de su relato es reconocida por todos sus colegas escritores. Sin embargo, durante una convención desarrollada en un lúgubre hotel aparece el personaje Espectro, una figura escurridiza que comete crímenes sangrientos siguiendo el patrón de su historia y pone en jaque al mismo Peñafiel, a un joven escritor -Rodrigo Guirao Díaz- y a un crítico literario -un irreconocible Luciano Cáceres-.
Peñafiel es acusado del crimen y deberá encontrar al verdadero asesino. Claro que en el lugar no falta una dama enigmática -Natalia Lobo-; un detective -Daniel Miglioranza- que sigue las pistas y un gato negro que presagia que lo peor está por ocurrir.
Daniel De La Vega, un gran explorador del género de terror -La sombra de Jennifer, Necrofobia y Ataúd Blanco-, impacta con un caso policial que aparentemente no tiene solución y presenta hábiles giros de la trama, y a la manera de un ilusionista, confunde y engaña al público con las mejores armas narrativas. En la película se mezcla ficción y realidad con un comienzo atrapante que muestra el misterio de la habitación 217.
El filme tiene el espíritu policial de Agatha Christie, ya que acumula sospechosos; el estilo visual del "Grand Guiñol" y también detalles macabros -el guante del asesino- como en las películas de Darío Argento.
El montaje frenético, los encuadres y la envolvente y perturbadora banda sonora de Luciano Onetti también potencian y dan forma a todo el material presentado. Las referencias son amplias y abarcan desde los nombres de los personajes hasta el encuentro del trío protagónico que recuerda a Extraños en un tren.
Punto muerto se disfruta de principio a fin y es una pieza clave en la filmografía del creador de Hermanos de Sangre, quien imprime tensión y unos paisajes de fondo que pasan tan rápido como el engaño al que se somete al espectador. El juego está bien servido entre una capa negra y afilados puntazos que salpican sangre.