"Punto muerto": un policial chapado a la antigua
El policial es una de las columnas sobre las que se apoyan las industrias del cine y la literatura, aprovechando una popularidad que parece inagotable. A casi 180 años de que Edgar Allan Poe redactara su acta de nacimiento con la trilogía de cuentos protagonizados por el detective Auguste Dupin, y luego de mil y una reencarnaciones, el género sigue gozando de buena salud. Por eso no es extraño que Daniel de la Vega, uno de los impulsores de la escena del cine de género en la Argentina, haya decidido abordarlo en su nueva película, Punto muerto. Aunque su nombre es reconocido sobre todo por su vínculo con el terror, De la Vega se permite aquí jugar con la variante detectivesca, expresión que estableció las reglas básicas de su funcionamiento narrativo.
La estructura de Punto muerto se inspira y funciona como homenaje a esa estirpe clásica del policial, tanto en el campo cinematográfico como en el literario. La mención a Poe no es entonces caprichosa, como tampoco lo sería ensayar una lista que incluyera a Arthur C. Doyle, Agatha Christie o Emile Gaboriau, entre tantos que ayudaron a darle forma a la estética detectivesca en el campo literario. O mencionar los clásicos films de monstruos de los estudios Universal, algunas producciones de la británica Hammer o las películas del Doctor Phibes, protagonizadas por Vincent Price, como posibles fuentes de inspiración y objetos de reverencia en el terreno del cine.
De la Vega busca que su propuesta encaje de forma precisa en ese molde que intenta replicar/ homenajear. La trama y el misterio se sostienen en torno de un crimen de cuarto cerrado, génesis del policial en tanto pertenece a la misma clase de enigma que debía ser resuelto en “Los crímenes de la calle Morgue” (1841), el primero de los cuentos de Poe protagonizado por Dupin (desafío que luego enfrentaron otros detectives, de Sherlock Holmes al Padre Brown). Además la historia se desarrolla en un escenario que termina de crear el ambiente adecuado: un seminario de literatura policial que se realiza en un señorial hotel de campo, donde un prestigioso escritor dará una charla sobre el género y presentará su último libro, en el cual el detective que lo protagoniza logra resolver, claro, un asesinato cometido en un cuarto cerrado.
Filmada en un expresivo blanco y negro, De la Vega le insufla al relato cierto espíritu victoriano, al mismo tiempo que alude a la escena literaria local de la primera mitad del siglo XX (incluyendo citas directas, como la colección Séptimo Círculo creada por Borges y Bioy; o el personaje de una aristocrática gestora cultural de apellido Ocampo). El tono recargado de las actuaciones también remite a viejas estéticas cinematográficas, misma dirección en la que apunta el personaje de un inspector llamado Christensen. Más allá del juego alusivo, emergente de una voluntad celebratoria, Punto muerto se aferra demasiado a los trucos formalistas, así en lo narrativo como en lo visual, y por esa vía acaba retorciendo en exceso su propio imaginario. Es cierto que el detalle puede representar un lastre, pero no alcanza a arruinar la experiencia.