Ningún cuchillo de hielo
En una época indefinida que suena a principios del siglo pasado, atravesando en tren una región que podría ser de las nuestras pero que recuerda a otras más británicas, un consagrado escritor de best sellers policiales adelanta a un ácido crítico su próxima novela, en la que su recurrente detective ciego se enfrenta al más difícil de los enigmas clásicos del género: un cadáver en una habitación cerrada por dentro.
Otro pasajero los escucha y se acerca, presentándose como un escritor novel admirador del veterano Luis Peñafiel y con una similar enemistad por el crítico resentido al que nadie parece poder complacer. Los tres se dirigen a una serie de charlas organizadas por la dueña de un hotel, admiradora de Peñafiel al punto de bautizar a su gato Boris como su famoso detective. Las rispideces entre autor y crítico continúan durante la primera de las charlas, donde el primero provoca al escritor hasta que le entrega su última novela aún inédita, convencido de que esta vez logrará impresionarlo. Pero no es así y ambos se trenzan en una violenta discusión tras una devolución lapidaria del crítico que deja desesperado a Peñafiel, quien ebrio se propone reescribir su novela.
A la mañana siguiente despierta disfrazado como el villano de su obra y sin recuerdos de lo sucedido, pero en la habitación de al lado el crítico yace muerto con varios detalles idénticos a como fueron escritos en su historia, incluyendo la puerta cerrada por dentro. Sabiéndose el principal sospechoso, Peñafiel y su joven discípulo se proponen resolver el misterio del cuarto cerrado antes de que alguien más descubra el crimen.
Boris, un gato con perlas
Aunque de antemano es una decisión arriesgada que puede alejar público, Punto Muertonecesariamente tenía que ser en blanco y negro. Desde la escena de créditos iniciales, con la imagen de un guante flotando en un barril y una música orquestal que recuerda al cine de mitad del siglo XX como marco al listado de elenco y equipo, se establecen las reglas de todo lo que se viene.
Es necesario dejar inmediatamente todo esto en claro para que cuando comience la acción hagamos la vista gorda ante los ucronismos que se vienen, presentando ambientes y personajes que costaría ubicar en la Argentina de hace cien años pero que sin duda remiten en el imaginario popular a cualquier historia de Sir Arthur Conan Doyle o Agatha Christie.
Las referencias son claras e intencionales mientras el dúo de escritores se embarca en la tarea simultánea de resolver y ocultar el crimen cometido; el veterano necesita probar su inocencia mientras que el joven busca un final para la novela que lo consagre, tan ansioso parece por poder hurgar en el genio de su admirado Peñafiel que bien podría estar dispuesto a cometer un crimen para incentivarlo.
Varios sospechosos se suceden mientras intentan resolver satisfactoriamente el más difícil de los misterios, y De la Vega sin dudas lo hace de la mejor forma para cerrar su historia, una que sin embargo nos exige complicidad como público para que funcione. Porque si bien todo lo que sucede juega con las reglas del género que homenajea, también pide que olvidemos mucho de lo que aprendimos en el siglo posterior y no faltará quien denuncie haber sido engañado por algunos de los giros necesarios para finalizar la trama.
Pero así como hay solidez en el guión y en muchas de las decisiones visuales que toma para representarlo, la dirección de arte es el punto más endeble de esta producción. Incluso en el caso de que se esté queriendo imitar el estilo del cine clásico, hay que ser generoso en la suspensión de la incredulidad para tomar por verosímil a buena parte del vestuario y la ambientación, departamentos nada menores a la hora de analizar una historia que recrea una época. Si bien se ven beneficiados por la monocromía, no alcanza para sugerir un verosímil sostenido a lo largo de toda la película. Esto se hace incluso más notorio en algunos innecesarios planos exteriores: ante las limitaciones para realizarlos de forma más efectiva podrían habérselos ahorrado y sumar solidez a un conjunto que de todas formas apuesta a la originalidad y acierta varias veces.