Una nueva aproximación desde la ficción al conflicto de Malvinas.
Siempre es loable que desde el cine se intente iluminar zonas oscuras de la historia, más aún si de esa zona proviene una de las heridas contemporáneas más profundas de la sociedad argentina. En ese sentido, QTH es el segundo intento casi consecutivo (Soldado conocido sólo por Dios se estrenó en abril) por abordar la Guerra de Malvinas.
Visto en la última edición del Festival de Mar del Plata, el tercer largometraje de Alex Tossenberger (Gigantes de Valdés, Desbordar) muestra la guerra desde una arista si se quiere periférica. En este caso, la de los soldados que prestaron servicios en la zona más austral del país sin entrar directamente en combate. Es, pues, una película sobre la espera.
La acción se sitúa en abril de 1982 en una pequeña base militar a la vera del Canal de Beagle. Hasta allí llegan dos jóvenes conscriptos para ponerse al servicio de un suboficial (Osqui Guzmán) y un cabo (Jorge Sesán). El grupo tiene la misión de controlar el tráfico marítimo preguntando a cada embarcación cuál es su QTH, término que en el lenguaje de las radiocomunicaciones refiere a la posición desde donde se emite el mensaje.
Hay una contradicción entre las intenciones reflexivas y críticas de QTH y su apelación a lugares comunes para llevarla adelante. Los personajes son maniqueos, con pocos dobleces, y el nivel actoral es cuanto menos desparejo. Hasta Osqui Guzmán aparece deslucido debido a su apuesta por una gesticulación exagerada que por momentos empuja a su suboficial hacia el lado de la comedia.
Teatral en su construcción escénica, el film nunca logra despegarse de los recursos técnicos del lenguaje televisivo. Sus fundidos a negro, su propensión hacia el diálogo por sobre el relato en imágenes y la abundancia de primeros planos terminan haciendo de QTH una película tan bienintencionada como bastante fallida en su resolución.