Dice ser un homenaje a Fellini en su vigésimo aniversario luctuoso, pero realmente se queda en la simple anécdota que ilustra el dicho “cualquier tiempo pasado fue mejor”. De un nivel de producción bastante deficiente, un montaje totalmente convencional y una narrativa escasa, la película retrata algún que otro momento de la vida de Federico Fellini.
La secuencia inicial preludia unos 90 minutos que pasan sin pena ni gloria. Un cuerpo, sentado en la clásica silla de tijera donde se retrata a los cineastas, delante de un atardecer en la playa ve pasar una serie de espectáculos, como si de un casting de habilidades se tratase. El croma es obvio, la iluminación no intenta imitar con precisión una playa, el cono de luz que sigue a los aspirantes te saca del paisaje; así que la explicación estética sólo puede ser una: los estudios de Cinecittá donde Fellini recreó ciudades al completo.
Pero las asociaciones son demasiado fáciles, la producción demasiado pobre (no por falta de medios, sino de implicación creativa), y sobre todo la narrativa pierde aguas. No es que se necesite conflicto (que desde luego se echa de menos), pero sí enjundia, y el relato carece absolutamente de ello. Una sucesión de escenas relativas a la juventud e iniciación de Federico en el mundo del humor gráfico; unas cuantas conversaciones de bar que no pasan de lo anecdótico, con referencias a las primeras obras del director que reconducen la atención del espectador; algunos momentos que sirven más como suceso carnaza de paparazzi que como biografía con interés artístico para aquellos devotos de la obra de Fellini.
Por momentos, el montaje recuerda más a la de un reportaje conmemorativo del cineasta que a una película tejida por un amigo. Y desde luego, las imágenes de archivo - que se anuncian como inéditas - no aportan nada a la no-historia que se describe.