La fe perdida
Amigo cercano de Federico Fellini, Ettore Scola se acerca al universo de aquel en ocasión del 20° aniversario de su muerte, recreando episodios de su vida como recuperando materiales de archivo inéditos. Qué extraño llamarse Federico es una bocanada de aire fresco frente a tanta abulia imperante; es de esos acontecimientos que devuelven la confianza en el cine. Un acto de amor, un homenaje (sin pompas exageradas) y una original propuesta que trasciende el mero recorrido documental por los films del maestro Fellini.
Acentúo la idea de originalidad para los críticos que, con los argumentos de evitar un cine “más académico” como lo llaman, están más preocupados por enaltecer una cámara arriba de un sapo que reivindicar a directores de la talla de Scola. Hay más osadía, creatividad y vida en este hombre de 82 años que en muchas de las óperas primas sobrevaloradas como caballito de batalla.
Varios niveles de enunciación se complementan a la perfección. Scola logra desmontar con notable fluidez la filmografía de Fellini, ensamblar muchas de sus imágenes, recrearlas y hacer sentir los procedimientos del director todo el tiempo. Destaca el artificio por sobre la vida, incorpora un narrador y nos sumerge por los más variados paisajes de una Roma de ensueño. Al mismo tiempo, narra la relación con su amigo en los primeros años y la forma en que fue evolucionando.
Es interesante cuando el director inserta archivos de audio para otorgarle la voz a ese personaje de Fellini adulto, de espaldas, interactuando con el mismo Scola recreado. El final es un montaje que emociona sanamente antes de devolvernos a la vida. Imperdible.