Más efectista que efectiva, la nueva película del realizador de “Fahrenheit 9/11” lo lleva a recorrer varios países de Europa para “robarles” sus mejores ideas, ligadas a las conquistas sociales y sindicales. Más allá de lo certero de muchas de sus observaciones, formalmente la película es un tanto obvia y manipuladora.
Más efectista que efectivo, más ramplón que educativo, el cine de Michael Moore –especialmente el más reciente– va volviéndose cada vez más una curiosa forma de stand up cinematográfico con diferentes temas de relevancia política. No hay dudas que los temas de ¿QUE INVADIMOS AHORA? son importantes, especialmente para los estadounidenses, pero Moore los narra de una manera tan simplista que tranquilamente podría ser un inofensivo filme para niños.
El título de la película funciona de manera irónica. Luego de varias invasiones militares de su país, lo que Moore se propone es dejarse invadir por los demás países. Esto es: viajar por el mundo y recoger buenas ideas de otros países que en Estados Unidos no se usan o dejaron de usarse. Esta “invasión” a la inversa implica que Moore recorra varios países para “robarles” las ideas que han desarrollado ahí y que funcionan muy bien. Ideas que en su país serían casi imposibles de poner en práctica.
De este modo, nuestro director/protagonista viaja por el mundo, empezando por una muy feliz Italia donde todo el mundo parece pasarla increíblemente bien todo el tiempo. Según Moore, el motivo es que tienen por lo general ocho semanas de vacaciones pagas al año y eso les permite disfrutar de la vida, algo que Moore deja en claro hablando de sexo y comida, dos clichés de la italianidad que Moore abraza sin duda alguna. Si bien en un breve momento dice que estos países también tienen sus problemas, viendo el documental da la impresión que Europa es el paraíso sobre la Tierra. Es cierto que en Estados Unidos no existen ni las vacaciones pagas por lo cual es obvio que a Moore le parecen asombrosas cosas como aguinaldos, gente que vuelve a sus casas a almorzar o patrones (ideales) que dicen que trabajando menos la gente es más productiva con una sonrisa de oreja a oreja. Pero es de un reduccionismo mayúsculo.
De ahí a Francia, donde compara los exquisitos menúes que se sirven allí en las escuelas públicas –preparados por chefs– con la comida chatarra que se sirve en los colegios de EE.UU. Es claro que Moore eligió una escuela modelo en la cual los chicos ni siquiera parecen saber que existe algo llamado Coca-Cola, algo que deja en claro el nivel de exageración de toda la película. Y así sigue, mostrando logros europeos que los norteamericanos deberían copiar: la excelente educación con pocas horas de estudio en Finlandia, la universidad gratis en Eslovenia, las cárceles de lujo en Noruega, la despenalización del consumo de drogas en Portugal, el juicio a los banqueros que causaron la crisis en Islandia y las conquistas sindicales en Alemania, entre otras visitas relámpago a razón de un ejemplo por lugar.
Todos estos puntos en alguna medida pueden ser ciertos, pero es como comparar los mejores ejemplos de cada uno de estos países y confrontarlos con lo peor que tiene Estados Unidos. El punto central es innegable: las cárceles en EE.UU. suelen son terribles, las conquistas sindicales casi nulas, el consumo de drogas está penalizado, la educación es paga y cara, la comida escolar espantosa y las vacaciones pagas y aguinaldos brillan por su ausencia. En ese sentido nadie discute el obvio punto de Moore. Lo discutible es, por un lado, la forma perezosa y manipuladora del documental, la selección de ejemplos y, especialmente, el pasar por completo de largo que Europa no logra salir de una crisis económica terrible que ya lleva casi una década, sin hablar de otros problemas sociales que existen allí.
Es obvio que en un país que podría todavía llegar a elegir a Donald Trump como su presidente, muchos de los ejemplos estilo Bernie Sanders que Moore muestra en la película son importantes. Y sería ideal que un país que dice ser el mejor del mundo aprendiera cosas que en Europa por lo general funcionan bien –como muchas de las citadas–, pero el nivel de manipulación de los materiales y el infantilismo del tono del filme echa por Tierra con la mayoría de sus puntos. Aunque quizás ya haya cruzado la línea hacia la acción política directa, Moore olvida que está haciendo una película, no un discurso de campaña. Y Moore es un cineasta, no un candidato haciendo un aviso. Eso, que Moore no termina de entender, le quita peso y fuerza a su propuesta.