De cómo amontonar peras y manzanas.
Con el correr del tiempo, las virtudes exhibidas en Roger & Me y Bowling for Columbine se han ido extinguiendo. La nueva película del director de gorrita eterna es la más desganada, dócil y burdamente didáctica de su historial.
El tiempo le ha jugado una mala pasada a Michael Moore. Periodista en su juventud, devino documentalista gracias a la notable Roger & Me, alcanzó el pico de su carrera a comienzos de la década pasada con el doblete que significó Bowling for Columbine (Oscar en 2003) y Fahrenheit 9/11 (Palma de Oro en Cannes 04), y desde entonces se diluyó en trabajos que aparentan estar motorizados por el oportunismo coyuntural (el sistema de salud en Sicko, la crisis económica después de la explosión de la burbuja inmobiliaria en Capitalism: A Love Story) antes que por un auténtico interés personal. La tendencia no parece revertirse; más bien lo contrario. Estrenada en el Festival de Toronto del año pasado, donde al gordito de gorra eterna lo aman sin importar demasiado lo que haga, ¿Qué invadimos ahora? no sólo es el film más desganado, dócil, burdamente didáctico y menos chispeante de su trayectoria, sino también el que peor concepción tiene de su público, a quien lleva a puerto seguro sirviéndole en bandeja una conclusión cerradita con moño incluso antes de iniciar el rodaje.
Es cierto que el oriundo de Flint nunca se anduvo con sutilezas, que lo suyo es, fue y será el impacto a como dé lugar y que siempre pareció hablarle a Homero Simpson, pero antes, sobre todo en sus comienzos, lo hacía con un buen manejo de la ironía, un espíritu crítico y una capacidad para reírse “de” –y no sólo “con”– el ideario de su target de público que aquí brillan por su ausencia. Tanto así que da la sensación de que ¿Qué invadimos ahora? es una mera excusa para una larga temporada de vacaciones en por lo menos una decena de ciudades de Europa, a las que él llega con el objetivo de ver qué cosas podría “aprender” Estados Unidos para mejorar sus problemas internos. Más o menos lo mismo que hizo Sacha Baron Cohen hace diez años en Borat, pero al revés.
Al revés también trabajó Moore: si los buenos documentales adquieren su forma a partir del contenido disponible –algo que hasta en la dudosa Fahrenheit 9/11 aplicaba– y de las circunstancias de su realización, el director elige aquí la vía contraria, yendo en busca de testimonios funcionales a su opinión y de carácter meramente expositivos. Porque la finalidad del film es menos el análisis o el intento de comprensión que el trazo de una tendenciosa comparación con Estados Unidos que culmine en un “pero qué barbaridad” desde la platea. Para esto recorta, edita y retuerce información, e incluso sacrifica verosimilitud: suena medio raro que el ministro de Salud de Portugal no tenga la más mínima idea de los tratamientos antidrogas norteamericanos, o que un chico esloveno que estudia en una de las facultades públicas y gratuitas de su país no sepa qué significa “deuda”, como si allí no existieran bancos o entidades financieras.
La buena nueva es que Moore no es tonto y manifiesta una conciencia absoluta de su operatoria: “Sé que en Italia hay problemas, pero vine a llevarme las flores y no la maleza”, dice, quizá a modo de mea culpa, antes de su partida del país con forma de bota y en medio de su alucinación por la cantidad de vacaciones pagas que conceden las empresas a sus empleados. El tour incluye “descubrimientos” tales como la buena alimentación en las escuelas francesas, el regenerativo sistema carcelario noruego, la educación finlandesa y el castigo ejemplar a los banqueros promotores de la crisis económica en Islandia, todo narrado por sus responsables con una parsimonia estudiada y ante la atenta mirada del Moore más concesivo que se recuerde, dispuesto a chicanearlos pero no a interpelarlos y, mucho menos, a contradecirlos. Cíclica en una estructura narrativa que parece armada con el criterio de la agencia de viajes antes que por la búsqueda de una construcción dramática, y de dudosa ética periodística en su confección, ¿Qué invadimos ahora? también reserva algunos momentos para que Moore conciba el cine como púlpito y se lleve puestos doscientos años de historia diciéndoles a sus compatriotas que deberían hacer un mea culpa sobre el régimen esclavista del siglo XIX similar al de los alemanes con el nazismo. Cómo mezclar peras y manzanas, y no qué invadir ahora, es la única pregunta que se responde. Y muy bien.