Otra vez Michael Moore. A estas alturas, incluso si algunas de esus películas son bastante buenas (Sicko quizás sea la mejor, después de una evaluación distanciada), su método es el de incomodar sin preguntar. El gran problema consiste en que Moore no busca sino que tiene una tesis que da por cierta desde el principio, sin ninguna duda, y lo único que hace es ilustrar esa tesis. ¿Es divertido? Muchas veces sí, porque estamos acostumbrados a reírnos del circo estadounidense (a esta altura, los “yankees” -las comillas son intencionales- se han convertido en gente de la que es lícito burlarse) y Moore utiliza todos los recursos bufonescos que tiene a mano. Muchas veces, no, porque parece demasiado convencido de su tesis para que alguna imagen o realidad la cuestione. Aquí se dedica a refutar la idea de que los EE.UU. son “el mejor país del mundo” y recorre otros -especialmente Europa- para encontrar ventajas que su patria no tiene. La idea es menos audaz que interesante y en ocasiones el contraste resulta sumamente educativo. Pero no hay preguntas, sino juicios tajantes. Es decir, estamos menos ante un documental (un film que toma la realidad y la comunica, cediéndonos el juicio) que ante una propaganda (un film que tiene un mensaje unívoco y hace todo lo posible por convencer de su verdad). Moore puro.