La autocrítica es difícil, abstenerse de hacerla es fácil. Pero en esos movimientos contrapuestos, la primera siempre sobrevuela como la declaración de un deber al cual se quiere escapar. Es decir, autocrítica hay siempre, el reto es cuán profundo indaguemos en ella. Eso es lo que Michael Moore produce tan naturalmente como el acto de hablar. Y con el humor y acidez que lo caracteriza prosigue su misión de corroer el sistema ideológico cultural norteamericano, en un documental que compensa el hecho de no llegar a una autocrítica profunda con una estructuración entre imagen y tema que resulta tan fascinante como entretenida.