Woody y la búsqueda de la felicidad
El siempre sorprendente director deposita en Larry David la responsabilidad de encarnar a Boris Yellnikoff, un científico escéptico, malhumorado, hipocondríaco y enojado con el mundo que, pese a todo, buscará el camino para ser feliz.
Estrenada en numerosos países europeos y latinoamericanos a fines del 2009, finalmente llega a la ciudad, tras su reciente lanzamiento en Buenos Aires, el antepenúltimo film de Woody Allen (si bien hace algunos meses se exhibió Conocerás al hombre de tus sueños, cuya reposición se anuncia para este miércoles a las 21 en la sala Madre Cabrini, y a pocas semanas de conocer el que es su último film Midnight in Paris). Pese a que el genial y siempre sorprendente Allen se ha mantenido firme respecto a cambios en los títulos de sus films, o a cualquier corte, los distribuidores en Argentina modificaron su título original (o por lo menos el más cercano a él) Si la cosa funciona, expresión que escuchamos en varios pasajes del film, por Que la cosa funcione, logrando un efecto anzuelo, más aún si se tiene en cuenta el gesto que está haciendo con sus manos su protagonista, un tal Boris Yellnikoff, a la joven que está a su lado.
Durante mucho tiempo los distribuidores del film se negaban a su estreno. Consideraban que no tenía ese atractivo que, para ellos (siempre dependiendo de "ellos"), les garantizaba una abultada taquilla. Y sin embargo, para su sorpresa, el film funcionó y sigue funcionando, algo que ya estaba anticipando, por azar o por destino, su título original.
A la hora de elegir un puntaje, de antemano y a propósito de Allen, me inclino siempre a pensar en términos mayúsculos y superlativos. Y no dudé ahora de elegir el puntaje máximo para este film que trae otro de los alter ego que Woody Allen ha guionado a lo largo de su filmografía; que comienza, en carácter de actor y coguionista con la efusiva y burbujeante comedia Que pasa, Pussycat de Clive Donner de 1965 y que se abre como director y guionista en el 69 con Robó, huyó, y lo pescaron, de fuerte tono autobiográfico.
A posteriori, en tantos film, cada uno de sus alter ego nos fue acercando fragmentos de un modo de ser, que se construyen desde el entramado neurótico y obsesivo de la sociedad de nuestro tiempo. Y ya tras haber pasado los primeros años de su séptima década, Allen deposita en su personaje Boris, compuesto por el actor Larry David, la suma de sus rasgos más reconocibles: escepticismo, enojo contra el mundo, malhumor, hipocondría, entre otras conductas que, en el plano de la ficción, se representan de manera hiperbolizada.
En tanto espejo sobre el mundo contemporáneo, en el que se reconocen frustraciones, sus personajes, en tanto reproducen y amplifican su voz, adquieren comportamientos por momentos cínicos, en la tradición del cine de Ernst Lubitsch y Billy Wilder. Pero en la mayor parte de sus films, igualmente, y esto se reafirma sobre los momentos finales de Que la cosa funcione, siempre hay un cambio, transformación, esperanza, sea por destino, suerte, azar; o lo que sea... lo importante para él es abrirse a eso que llaman amor, en sus tantas maneras de manifestarse.
En el film que hoy comentamos, largamente anunciado a través de afiches y noticias sobre él, su alter ego: Boris Yellnikoff, un hombre separado, cojo (tras un intento fallido de suicidio), alguna vez candidato al premio Nóbel de Física, particularmente ajeno a los vaivenes cotidianos y por lo general, salvo ocasiones, con una vida a puerta cerrada, remarcando su condición de misántropo.
Narrada de manera particular en primera persona, tal como si pensáramos en los films de Nanni Moretti, Caro Diario y Aprile, con esa fuerte marca de subjetividad, con mirada a cámara, este hombrecillo que pasea su enojo por las veredas neoyorquinas verá cómo de pronto, como ocurría en ese olvidado film que es Melinda y Melinda, alguien irrumpirá en su vida, tal como sobreviene en algunos cuentos. El personaje que nos hace llegar la voz y los gestos de Allen está interpretado en este film por Larry David, actor de seriales televisivos y de dos films anteriores de Allen: Días de radio de 1987, en el que el actor interpretaba a un vecino de filiación comunista, y en el film compartido con Coppola y Scorsese, Historias de Nueva York, del 89, film en el que David, en el episodio "Edipo reprimido", componía al manager de un teatro.
Relato a cámara, de manera confidencial, Boris vivirá un primer sobresalto cuando llegue a la noche a su casa. Un segundo momento, tras su convivencia con una joven de nombre Melody St. Anne Celestine, cuyo modo de ser, en la primera parte del film, nos puede llegar a recordar a la soñadora y virginal Sandra Dee en sus films de mediados de los 50. Pero tal como la "Quinta Sinfonía" de Beethoven anuncia con sus primeros acordes, el destino llamará a las puertas; la puerta de la vivienda ahora se abrirá para dar paso a Marieta, la madre de la joven, rol que asume, brillantemente, la siempre admirable Patricia Clarkson.
Y como reza la expresión popular, no hay dos sin tres: desafiando toda la paz familiar, alguien más está a punto de llegar, cargado de letanías y mandatos religiosos. Film que se disfruta desde las actuaciones y parlamentos, que rompe todo tipo de convencionalismo, donde dos pueden ser tres, y las obligadas tareas domésticas llegan a modificarse por creaciones artísticas. Donde cada uno, sea por azar, suerte o destino, encontrará otras vías de felicidad, pudiendo llegar a ser lo que postergadamente, siempre quiso ser. Si hasta Dios, en este film de Allen puede ser definido como "un gran decorador".
Sobre el final del film, que revive tantos encuentros familiares, ahora lejos de la imborrable angustia y el vacío de Match Point, y más cerca de Hannah y sus hermanas, desde el parlamento de nuestro personaje, que nos vuelve a reconocer como público, ya se insinúa y anticipa la primera secuencia de su siguiente film: Conocerás al hombre de tus sueños.