Si la cosa funciona representa el regreso del autor a su mejor forma.
El Opus 39 de Woody Allen marca el regreso del viejo maestro a la ciudad de Nueva York, ese gigantesco set que albergó a algunas de sus mejores obras. Y para ese regreso saca del baúl de los recuerdos a un viejo guión pensado originalmente para Zero Mostel (1915-1977) archivado tras la muerte del protagonista de la versión original de Los productores.
El filme cuenta la historia de Boris Yellnikoff, un misántropo cuyo desprecio por la raza humana es tan alto como su autoestima. El galardón que exhibe hasta el hartazgo es haber sido considerado para el Premio Nobel de Física que, desde luego, no le fue concedido. La solitaria rutina que lleva Boris desde que abandonó su vida de físico eminente y padre de familia se verá afectada por la aparición en la puerta de su casa de Melody, una joven proveniente del sur profundo estadounidense.
Pese a ser pensado para otro actor, Boris es uno de esos traumados personajes que Woody Allen supo interpretar más de una decena de veces, es neurótico, pesimista e hipocondríaco. El encargado de darle vida y carnadura a Boris es nada menos que Larry David. El trabajo del co creador de Seinfeld es notable, logra ciertos gestos y tics comunes al personaje alleniano arquetípico sin imitar nunca al autor de Manhattan, sino realizando una suerte de reinterpretación de sus personajes.
Pero “la cosa” seguramente no funcionaría si el protagónico no recayera en Evan Rachel Wood, joven actriz de extensa carrera y notable capacidad y versatilidad. Su Melody es esa flor que nació en el fango de la ignorancia, el fanatismo religioso y el conservadurismo del interior estadounidense, pero que llega a Nueva York escapándose de todo ello y absorbe en primera instancia la cosmovisión, las enseñanzas y el pesimismo de Boris sin perder nunca la sonrisa y la alegría. Resulta muy entretenido e interesante ver como la ciudad de Nueva York, cosmopolita por excelencia, transforma la vida de los personajes más conservadores, como los padres de Melody, al poco tiempo de hacer pie en la gran manzana.
Boris cree ser un genio, le gustaría serlo, su ego se alimenta con las cosas que le dicen sus pocos amigos y con lo que repite de sí mismo. Pero a juzgar por lo que muestra la película él es una persona crítica de todas las situaciones que se presentan frente a sus ojos o en su mente. La autoproclamada genialidad Boris no se fundamenta con ninguno de sus actos y solo se justifica con un ingenioso guiño/chiste que empieza con el relato y termina en la escena final.
Sin alcanzar a ese Allen que entre finales de los 70 y la década del 80 estrenó algunas de sus mejores películas, el regreso de Woody a New York representa un regreso del autor a su mejor forma, por eso no sorprende que originalmente el guión haya sido escrito por aquellos años.