¡Ah, Woody Allen! Allen tiene ese no sé qué, que hace que la crítica le reclame las cosas más variadas y más aun, que se confiese y formule aclaraciones de todo tipo. De esta forma, antes de ver alguna de sus películas sabemos lo que la película “no” es. Sabemos también si el crítico en cuestión es “fan” o si apenas se rió con Bananas, pero por sobre todo nos queda claro que “Allen hace más de una década ya no es lo que fue”, lo que a esta altura no es más que una frase sin sentido, porque convengamos: ¿alguno de ustedes está igual que hace diez años? Si la respuesta es sí, hágase ver. Claro que evolución no es lo mismo que involución, pero esto último no es una característica que podamos adjudicarle a Allen, aunque algunas de sus películas sean peores o más fallidas que otras.
Así estamos entonces, viéndonosla en figuritas, porque todos aquellos que reclamaban que sus guiones habían perdido la agudeza que tenían en la década del setenta, o que no filmar en Manhattan era poco más que un sacrilegio, ahora no saben cómo justificar que Whatever Works (¿o creyeron que iba a utilizar el espantoso título local?), que tiene un guión hecho en los setenta y está filmada en una tremendamente alleana Manhattan, es buena. Y no, no es buena, incluso a pesar de Larry David que es uno de los personajes más geniales que haya pisado este planeta. Aunque sea justamente esa genialidad la que le otorgue un rasgo redimible a Whatever Works. El personaje de Boris parece hecho para David, incluso comparte más de una característica con el David de Curb Your Enthusiasm. Por eso mismo es que los primeros cuarenta minutos son magníficos: hay acidez, humor, nihilismo, ruptura de la cuarta pared y un ritmo para el monólogo (y la escenificación de lo que se dice) como hacía mucho no se veía en una comedia de Allen, como si estuviéramos presenciando una película filmada allá lejos y hace tiempo. Pero poco después de que aparece el personaje de Evan Rachel Wood, Whatever Works muta hacia un híbrido que pivota entre la comedia romántica y un cierto existencialismo, no se define y se desdibuja (ver ese final feliz y lavado por ejemplo o el chiste sobre el Viagra). No es que la chica lo haga mal, es que se rompe el verosímil.
Sí, tiene algo de Manhattan (la escena del café donde Melody lo deja puede ser la hermana boba de la del hall del edificio donde Tracy abandona a Isaac). La diferencia radica en que en Manhattan creíamos en la relación entre Isaac y Tracy, pero cuesta mucho creer en eso que hay entre Boris y Melody, precisamente por esos dichosos primeros cuarenta minutos. Boris no podría enamorarse de esa bobalicona sureña de la misma manera que no soportaría ver la segunda mitad de esta película.